Las cumbres de Lula
El presidente de Brasil quiere formar un gran bloque político con América Latina y el Caribe
En el balneario brasileño de Costa do Sauípe, cerca de Bahía, el presidente Lula da Silva ha sido el anfitrión nada menos que de cuatro cumbres simultáneas: CALC, con los 33 países de América Latina y el Caribe; el Grupo de Río; Unasur, que es la Suramérica geográfica; y Mercosur, el lánguido bloque económico que encabezan Brasil y Argentina. Pero era en el primer encuentro donde el brasileño ponía toda la carne en el asador.
El fruto principal de apenas día y medio de conversaciones ha sido un compromiso de que ese gran bloque, América Latina y el Caribe, exista para 2010, con estructura y funciones permanentes. Lula destacaba que era la primera vez en dos siglos, desde las independencias -cuyo bicentenario comenzará a festejarse ese mismo año-, "en que la región unía fuerzas", mientras animaba a los presentes a "no ser serviles con EE UU".
Todo ello se traducía en el mensaje de que ya no somos el patio trasero de nadie, y que, en consonancia, el CALC se reuniría sin la presencia de extraños: Estados Unidos -en la OEA- y España y Portugal -en las cumbres iberoamericanas-; e incluso no faltó un segundo toque, también a la superpotencia norteamericana: la invitación a Cuba, representada en su estreno internacional por Raúl Castro, hermano y sucesor de Fidel, el doliente.
Hay quien, malévolamente, ha dicho que a las presidencias latinoamericanas se les da mejor lanzar productos al mercado que hacer que perduren. Pero lo que cuando menos impone este nuevo agrupamiento es una reflexión sobre qué es América Latina y cuál es su proyecto. Y a España debe interesarle sobremanera ese debate, lanzado en 2005 con la presidencia del boliviano Evo Morales, pero al que Lula bien sabe que no puede ser ajeno.
Nadie dice que los problemas no vayan a ser de talla para un bloque en el que el presidente ecuatoriano Rafael Correa muestra hoy escasa disposición a honrar una deuda -que califica de ilegítima- precisamente a Brasil, por cientos de millones de dólares, actitud que podría fácilmente hallar émulos en la región. Pero no hay que juzgar negativamente que América Latina y el Caribe trabajen unidos. Y, menos aún, creer que España deba sentirse amenazada por la concurrencia de cumbres. Lo que hay que procurar, al contrario, es que valga la pena que exista un cónclave iberoamericano.
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