"Nápoles no es el infierno en la tierra"
La cita fue, hace unos días, en Capodichino, el pequeño aeropuerto de Nápoles. Exótico lugar para una entrevista, si no fuera porque Toni Servillo es napolitano (Afragola, 1959), vive allí y además es el actor de moda en Europa. Al actor le gusta este aeropuerto porque rodó escenas de Las consecuencias del amor (2004), de Paolo Sorrentino, el filme que le hizo popular en Italia, y de Gomorra, de Matteo Garrone, que arrasó el sábado en los galardones del cine europeo, que consagraron a Servillo como el mejor actor por El divo y Gomorra. Pero el avión llega tarde, y Servillo aparece desencajado. Llueve a cántaros, hace viento, y Servillo odia volar. "Ha sido infernal". Tras un pitillo y un buen café napolitano, se repone. Y cómo. Reivindica una Italia diferente y una Nápoles combativa, "que responda con cultura a la lógica camorrista del atropello".
"El Vaticano solamente habla de sexo, no de dejar un mundo mejor"
Pregunta. ¿Demasiado estrés?
Respuesta. Sí, desde Cannes no he parado, vivo un momento de mucha exposición. El Divo y Gomorra han tomado dimensión europea, y al mismo tiempo estoy haciendo por media Europa la Trilogía della villeggiatura de Goldoni con el Piccolo de Milán.
P. ¿Esos dos éxitos simultáneos niegan el anunciado enterramiento del cine italiano?
R. Periódicamente celebramos los funerales y casi igual de rápido lo resucitamos. Esta vez, son dos filmes de los que podemos estar orgullosos, porque cuentan la complejidad de Italia con una extraordinaria novedad de lenguaje. Ambas tienen interés humano y político, pero creo que es su lenguaje lo que suscita la curiosidad de los extranjeros. Gomorra nos cuenta a nosotros pero también a los demás: el futuro, la vida, la muerte y la infancia. El Divo, en cambio, propone un cine político que en otros sitios es difícil hacer. En Francia me decían que allí no sería posible hacerla, porque el poder es sagrado. Aquí no.
P. Viendo esas películas, parece casi mentira que sea Europa.
R. El cine, como la literatura y el teatro, debe ayudar a entender la fragilidad moral. Lanzar la alarma. En Italia tenemos a Goldoni, hacemos ese cine, pero a la vez está ahí la Camorra, ese cáncer que se puede extender de forma preocupante.
P. Y ha sido un joven de 29 años, Roberto Saviano, el que lo ha contado.
R. En los periódicos locales leemos esas historias desde hace tiempo. Sección de sucesos. Saviano ha levantado el tapón y ha dado nombres y apellidos. Incluso en las plazas, presentando el libro. El éxito ha dado visibilidad al fenómeno que sólo conocían los especialistas. Él ha elevado el nivel de la conciencia civil.
P. De El Divo algunos dicen que es una mascarada irreal.
R. Su estilo es una mezcla de reconstrucción real de los hechos y una mirada grotesca y surrealista. Cuando pase el tiempo, se verá como lo que es: un análisis del inconsciente de la política, una disección de las máscaras que llevaban los políticos de esos años. Andreotti era, y es, el prototipo de la máscara. Enigmático, misterioso, astuto, solitario, maestro del decir y el no decir, se permite ser grotesco y comunicarse sólo a través del chiste fácil. La película tiene una virtud: siembra la duda sobre qué tipo de espectadores fuimos: cobardes, omertosos (silenciosos). Nos pasó todo aquello y fingimos no darnos cuenta.
P. Usted ha vivido siempre en Gomorra. ¿Cómo se vive?
R. Se vive. Siempre he querido estar aquí. Me parece que es un testimonio para los jóvenes. Si ven que saliendo de aquí, donde todo cuesta mucho más, puedes llegar hasta Europa y Nueva York, dignificas el oficio y la pasión de actuar. Ése ha sido mi empeño personal. Crear una compañía de actores jóvenes, formarlos, acercar el teatro del pasado a la gente para inventar el futuro... Me niego a que se generalice esa imagen falsa de Nápoles como el infierno en la tierra. No es así. Aquí hay mucha gente honesta, seria, mesurada y comprometida que trabaja y busca una normalidad que no existe. Y la nobleza de la cultura está por encima de la política espectáculo, que esconde el polvo debajo de la alfombra.
P. Pero la política manda.
R. Manda la política vieja, además, y por eso hace falta una gran renovación de la clase política para acabar con esa cultura de la muerte que establece que es más digno de admirar el más hábil a la hora de enseñar los dientes, el que impone la lógica de la fuerza y el atropello. El talento amable, el afecto y la inteligencia planificadora no cuentan. Todo es exacerbación del conflicto y nihilismo. El Vaticano sólo habla de sexo, no de dejar un mundo mejor a los que vengan. Vivimos como si fuéramos los últimos habitantes del planeta. Y es la peor decadencia moral e intelectual.
P. ¿Solución?
R. Hace falta un mundo político más culto y menos populista, pero más cercano a la gente. Políticos que duden. Menos retórica paralizante. Menos televisión. Una izquierda de izquierdas y más abierta al mundo.
P. ¿Interpretaría a Berlusconi?
R. Con El Divo he acabado con los primeros ministros. Hay suficientes actores milaneses.
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