Para el pie de un niño muerto
Cuando era médico, en Lisboa, António Lobo Antunes se encariñó con un niño, José Francisco, de cuatro años, que tenía cáncer. El niño murió; un hombre lo sacó de la habitación, envuelto en una sábana, y de aquel envoltorio de muerte sobresalía el pie de José Francisco. Lobo lo miró, 10 segundos, y para siempre esa visión ha marcado su escritura.
Años antes, en un psiquiátrico, un esquizofrénico le había dicho: "Doctor, el mundo está hecho por detrás". Escribir es olvidar el escenario, ir por detrás a contarlo. La visión de aquel pie y esta frase le enseñaron a António Lobo Antunes el camino de una escritura por la que ayer al mediodía recibió en la feria el Premio FIL, que antes se llamó Juan Rulfo. Habló en español, con mucha emoción: "Escribo para aquel pie, para los pies de los muertos que así seguirán vivos".
El escritor portugués habló después del ministro italiano de Exteriores, Franco Frattini, y antes de que éste desapareciera; el ministro llegó tarde y se fue como el viento. Representaba a su país, que este año recibe el homenaje de la FIL, pero lo representó poco: apenas 22 minutos. Se fue "por problemas técnicos con el avión", sin especificar. Esa llegada tardía y el apresuramiento de su despedida es parte del circo en el que a veces la política se relaciona con la cultura. Dijo que la feria era una oportunidad de diálogo mundial; 25 minutos de diálogo para un viaje extremadamente largo. Lobo resarció al auditorio del desaire. Detrás de mí vi a una mujer llorando. La literatura tiene eso, va por detrás del escenario y hace que uno se fije en el alma, en el pie de un niño muerto. Por cierto, dijo Lobo otra frase: le preguntó a una mujer desahuciada por qué había ido tan tarde al tratamiento. Ella le dijo: "Porque no tengo dinero y los que no tenemos dinero no tenemos alma". Frattini no lo escuchó, su alma había volado.
Babelia
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