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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El elegido

Y el elegido es Gérard Mortier. El enfant terrible de La Monnaie de Bruselas, el hombre que cuando llegó a Salzburgo para dirigir los destinos del festival lo primero que hizo fue colgar en su despacho un retrato de Thomas Bernhard, para molestar, principalmente, pues el nombre del malogrado todavía causa incomodidad en la ciudad austriaca. Credenciales, buenas y malas, no le faltan.

Hizo despegar la producción lírica del teatro belga hasta convertirlo en referencia de los nuevos tiempos con una reivindicación valiente del teatro vivo, capaz aún de remover consciencias. En el festival alpino, donde se atrevió a suceder nada menos que a Karajan, estrenó en 1992 una summa de su pensamiento escénico: el San Francisco de Asís de Olivier Messiaen -fallecido ese año-, en un soberbio y posmoderno montaje de Peter Sellars. Si el estreno tuvo la consabida contestación de los cuatro recalcitrantes habituales, la reposición, cuatro años más tarde, confirmó la altura ética y estética del hito cultural alcanzado. Por ese lado su valor es indiscutible.

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Por el otro, el de las cosas menos buenas y hasta malas, cabe subrayar cierto garzonismo por ocupar el titular. Mortier contra el mundo. La lio buena cuando anunció que dimitía en protesta por la entrada del partido de Haider, que en paz descanse, en el Gobierno austriaco, en 2000. Luego no dimitió y le montó una fiesta al partido ultraderechista, con el soporte de gente como Pierre Boulez, Jack Lang o Bernard-Henry Lévy. No son malos peones, desde luego, pero ¿es tarea de un director de festival meterse en esos berenjenales? En el mismo plato figuran sus repetidos enfrentamientos con los artistas: Carreras, Muti, Abbado. Y también sonoros fracasos que están en las hemerotecas. Ahora mismo, su despedida de la ópera de Nueva York por el recorte presupuestario no parece haber sido de las más diplomáticas.

En cualquier caso, el anuncio, ayer, de que Mortier recalará en Madrid es cuanto menos un éxito mediático del Teatro Real, que ayer fue citado por todas las redacciones del mundo. Las opciones del elegido para la orquesta son conocidas: una troika formada por Bychkov, Cambreling y Pablo Heras, colaboradores estrechos. Se verá. En cualquier caso, la opción de Harding, el otro candidato en liza, parecía fuera de toda lógica. Hay que ver en qué medida, a sus 65 años, Mortier se ha sosegado: Madrid no se anda con chiquitas con quien lía en exceso el cotarro. De lo que nadie puede dudar es de que habrá movimiento.

Una lágrima final para los puccinianos. Hace algún tiempo el director no ocultaba que odiaba al compositor de Lucca, gran farsante de la modernidad en su opinión. Puede que hoy esté más contenido en sus juicios, pero quien escribe lo oyó hace algún tiempo de su propia boca. Una boca que siempre sonríe, por otra parte.

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