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Columna
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Sobre héroes y tumbas

Entiendo que familiares de García Lorca no quieran que se desentierren los restos del poeta. No comparto la cultura de la muerte: esa obsesión por darle un tratamiento especial a lo que son sólo huesos. Unos restos no son un ser querido, ese ser ya no existe. Para quien crea en otra vida, habrá transmigrado. Para los que no creemos en el más allá, simplemente ha pasado "a la tierra que estercolas" que decía Miguel Hernández. Así que en las fosas no hay seres queridos de nadie, sólo hay restos y lo mejor que podría ocurrir es que se quedasen en el sitio, con algún recuerdo sobre el lugar de las personas que allí fueron enterradas y de la tragedia vivida en España, que llevó al asesinato de cientos de miles de personas por el mero hecho de defender la democracia. Ni siquiera esa otra metáfora de que tal familiar debe descansar en otro sitio. Ya no hay descanso posible porque el familiar no existe. Que unas tibias estén en un sitio o en otro, no altera para nada lo ocurrido. Dicho esto con todo el apoyo y el respeto a los familiares de las víctimas del golpe de estado franquista, tan dignas de apoyo como las de atentados de ETA o del islamismo radical. Es una ficción pensar que abrir una fosa, identificar unos huesos y trasladarlos a otro lugar resuelve algo. Así es que entiendo a los familiares de Lorca, que no quieren que se abran las tumbas, aunque no comparto su empecinamiento en impedir que otros puedan hacerlo con tan buenas razonas como las suyas. En este sentido, me parece digna de apoyo la iniciativa del juez Garzón. No tengo conocimientos para evaluar su contenido jurídico pero es fantástico que, aunque tarde, se inicie el camino de la justicia.

El Estado le debe apoyo a los familiares de los asesinados por los franquistas. No hablo de dinero, sino de reconocimiento. Durante años fueron perseguidos de manera inmisericorde, así que está bien que ahora reciban justicia y el apoyo de la sociedad. No se perturba ningún pacto, ninguna paz, ni se pone nada en riesgo con este proceso, sino que tan sólo se busca justicia. Los muertos en la Guerra Civil del bando faccioso ya recibieron homenaje durante años en forma de calles, lápidas, relación de caídos por Dios y por España y demás parafernalia del Régimen.

La Iglesia recuerda a los suyos y los sube a los altares (¿cuántos templos harán falta para tantos santos?). Es la hora de la justicia, la poética y la sentimental, pero también la que dictaminan los tribunales. Es el momento de que se recuerde quiénes fueron los asesinos y quienes los asesinados. No hay que exagerar porque nadie va a ir a la cárcel, tan sólo se trasladará a la Justicia lo que ya dictamina la Historia. España no puede enjuiciar a Videla o a Pinochet y olvidar su propio genocidio. La sociedad española es lo suficientemente madura para abordar este problema.

Es verdad que hay asuntos más importantes, pero no es menos cierto que los familiares de los represaliados necesitan amparo y que se señale con el dedo de la justicia a los criminales. No estaría de más que se haga algo con la Macarena que lleva el fajín del general Queipo, que ordenó matar a muchos inocentes. Es preciso recordar a tantos maestros, poetas, políticos y periodistas que dieron su vida por defender la ley y la democracia. Sin ir más lejos, el capitán Yánez, el alcalde de Cádiz Manuel de la Pinta, el gobernador Zapico, el concejal comunista Florentino Oitabén, los periodistas Amat, Rodríguez Barbosa y Chilía, el que fuera director general de seguridad y diputado por Cádiz Manuel Muñoz y los que mataron en los fosos de las Puertas de Tierra o en la antigua plaza de Toros. Eso por citar tan sólo a unos gaditanos. Algún día habrá que conocer los nombres de los miembros de las escuadras de Falange que salían del casino. Sin olvidar a López Pinto, Varela, Ramón y José León de Carranza y tantos otros que sembraron de odio y cadáveres la ciudad de Cádiz.

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