Despropósitos sin baile
Uno de los grandes dramas de la danza contemporánea es la nociva creencia de que este género es -por libre- un cajón de sastre donde cabe todo, y que, por ende, el público debe tragarse imperturbable lo que le echen. Pues no.
No se trata de enjuiciar los predicamentos de que goza el director escénico (me resisto a llamarle coreógrafo) Alain Platel (Gante, 1956). Carece de formación y de cualquier tratamiento escolástico de la materia coréutica, sea en el estilo que sea; él mismo lo reconoce. Simplemente, desboca a 10 infaustas personas (de las que tampoco pueden alabarse sus cualidades de baile, amén de algún que otro histrión que inspira lástima pues hasta le tiran de los pelos), que se hacen acompañar por un octeto o charanga intelectual (y ultramoderna), que destrozan con esmero y precisión la música de Bach.
Les Ballets C. de la B. (Bélgica) Pitié!:
dirección: Alain Platel; música: Fabrizio Cassol (basada en La Pasión según San Mateo de J. S. Bach); vestuario: Claudine Grinwis Plaat Stultjes; escenografía: Peter de Blieck; luces: Carlo Bourguignon.
Festival de Otoño. Matadero, Madrid. 15 de octubre.
Destrozan con esmero y precisión la música de Bach
El resultado es dos horas largas de estética anarco-fetichista
El destrozo lo llevan a cabo trufándola de cuanto desatino sonoro se les ocurre, en la peregrina idea de cortar y pegar con fuentes ancestrales africanas, por poner un ejemplo. Sobre este panorama, los actuantes, con tres cantantes (de voces bien colocadas: es lo único que se salva del montaje), componen una serie de tableau vivant con ínfulas barrocas; se evoca al incrédulo que mete la mano en la herida de Jesús (pero lo hace en el hemitórax equivocado) y otras escenas de la Pasión siempre en grandes alardes de lo espasmódico como poética del caos (¿por qué deben padecer el baile de San Vito para lograr sentirse virtuosos?).
El resultado es dos horas largas de estética anarco-fetichista donde no falta el sexo escatológico (al contra-tenor le chupan un pie) y donde la excelencia parece estar ceñida al exceso y a no hacer nada bien. La escenografía, tan neutra como pretenciosa, tiene una atalaya que sirve de púlpito y desde allí algunos de los personajes siguen haciendo el indio. Una artista de circo hace lo suyo en una cuerda, algo que tampoco viene a cuento.
Hay un hacha enorme (pero no, no le cortan la cabeza a nadie); una caja de cerillas desparramadas por el suelo (no, tampoco se incendia el teatro) y unos pedruscos que son llevados de aquí para allá con furia sarracena.
El que no se puede defender a estas alturas es Bach. Dice el propio Platel que sólo se puede aproximar a lo representado con ironía o cinismo. Veo mucho de lo segundo en toda esta historia. Cassol asegura, por su parte, haber conectado a Platel con Bach, pero el otro compositor, el muerto, desgraciadamente, no puede opinar al respecto.
Babelia
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