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Columna
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Anestesiar a un país dormido

Eso es justo lo que piensa estos días Juan Urbano, que como todas las personas que no se cansan de aprender, nunca ha dejado de ser un estudiante y, por lo tanto, conserva intactas sus ganas de protestar. Pero su impresión es que vivimos en un país que se ha acostumbrado a la prosperidad, donde la mayor parte de las personas no protesta, sólo se queja, que no es lo mismo. De hecho, entre una cosa y otra hay la misma diferencia que entre cabalgar y dar vueltas en un tiovivo. A él, que recuerda la época en la que los ciudadanos le marcaban el paso a los políticos, le extraña que exista tan poca reacción por parte de los universitarios cuando la Comunidad de Madrid decide retirar su dinero, recortar el 30% de su inversión y ponerlos en gravísimos apuros económicos; o por parte de los clientes de los bancos, que aunque baje el valor del dinero suben sus hipotecas; o por parte de los conductores, que no dicen casi nada aunque el precio del barril de petróleo no deje de descender y sin embargo el de la gasolina no se mueva; o hasta por parte de los sindicalistas, que parecen aceptar con resignación liberal que el castigo por esta crisis que crearon los poderosos lo paguen los trabajadores con sus empleos.

A Juan Urbano le gustaría que la sociedad civil despertara y tomase la palabra

Cuando todo el mundo se lleva bien, ganan siempre los más fuertes, piensa Juan Urbano, que, como decía al principio, ha pasado la mañana pensando en lo fácil que resulta anestesiar a quienes ya están dormidos, narcotizarlos con esa mezcla de promesas y amenazas en que se ha convertido el mensaje de los gobernantes: es cierto, tenemos problemas, pero no intenten presionarnos o en lugar de perder un poco, lo perderán todo. Y rematar la cuestión con una de esas frases absurdas que han hecho fortuna y que, aunque en realidad no significa nada, se supone que lo resumen todo: no se pueden romper las reglas del juego. ¿De qué juego? ¿Quién juega a qué? ¿Dónde están los dados? Buenos días, póngame para desayunar un café con leche y un par de ruedas de molino.

Pero, en cualquier caso, lo que más indignado tiene a Juan Urbano estos días es lo del recorte presupuestario de la Comunidad de Madrid a las universidades públicas, que este mes han estado a punto de pedir un préstamo para poder pagar las nóminas de los profesores y el resto de su personal, al parecer siguiendo una propuesta del propio Gobierno de Esperanza Aguirre. Los rectores dicen que siguen buscando fórmulas de financiación que satisfagan a las dos partes, universidades y Comunidad, dados los graves problemas de liquidez que tiene Madrid, lo cual, en su opinión, es un modo de aceptar que la Comunidad no les dé el dinero que tiene la obligación de darles.

Pero, ¿y los alumnos? ¿No dicen nada? ¿No salen a la calle a manifestarse? ¿No se encierran en sus facultades? ¿No preparan manifiestos? Juan Urbano se hizo todas esas preguntas y luego, como su mente es asociativa, se puso a tararear una famosa canción basada en un poema de Rafael Alberti: "¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora? / ¿Qué miran los poetas andaluces de ahora? / ¿Qué sienten los poetas andaluces de ahora? / Cantan con voz de hombre, ¿pero dónde los hombres? / Con ojos de hombre miran, ¿pero dónde los hombres? / Con pecho de hombre sienten, ¿pero dónde los hombres? / Cantan, y cuando cantan parece que están solos. / Miran, y cuando miran parece que están solos. / Sienten, y cuando sienten parecen que están solos...".

A Juan Urbano le gustaría que la sociedad civil despertara y tomase la palabra, porque tiene la impresión de que de un tiempo a esta parte vivimos por delegación, confiados en que nuestros problemas los tienen que resolver las organizaciones de todo tipo que nos representan y convencidos de que los esfuerzos personales y en primera persona no sirven para nada. Así que le están dando tentaciones de pasarse por la Universidad, subirse a cualquier parte y soltar un discurso. Que supieran que no pueden crear una crisis y luego cobrársela a los que empiezan a sufrir los números rojos del mercado en su propia piel y en la misma medida en que sufrieron los números azules de los días de ladrillos y rosas.

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