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Columna
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Conciencia de partido

Parece que se ha planteado un caso moral. En el Parlamento andaluz hubo el jueves una sorpresa: el PSOE, mayoritario absoluto, perdió tres votaciones a propósito de los Presupuestos Generales del Estado. Faltaban a la hora del voto cuatro representantes socialistas y una del PP, dos de baja por maternidad y una por enfermedad, además del presidente de la Junta, que con su partido asistía a una audiencia real. La oposición aprovechó las ausencias, ganó tres veces en contra de los presupuestos, y el presidente Chaves se ha indignado. Cree que las circunstancias de la victoria opositora ofrecen un "demoledor retrato moral, ético y político del PP". El vicepresidente económico, José Antonio Griñán, según informaba el viernes Lourdes Lucio, no fue menos radical: "Éste es el pleno de la discriminación de la mujer. Los hombres tienen 20 hijos, pero pueden ir a votar; las mujeres, no".

Aunque es evidente por el momento que un hombre jamás dará a luz y que un parto es imprevisible e inaplazable, parece que las palabras de Griñán no se ajustan exactamente a cómo son las cosas. La ley no discrimina a las mujeres en este caso: hombres y mujeres se encontrarían en la misma situación si disfrutaran de una baja por maternidad o paternidad. Ahora bien: la mujer no podría acudir al Parlamento a votar; el hombre, sí. Habría que solucionar este problema físico. Pero, ya que se piensa en darles a las diputadas de baja maternal la posibilidad del voto por Internet, ¿por qué no se concede el mismo derecho a toda diputada o diputado que disponga de una baja debidamente tramitada y no esté en condiciones de desplazarse al Parlamento?

Las afirmaciones doloridas de Chaves y Griñán cumplen el requisito para conmover que Henry Kissinger descubrió en los políticos fundamentalmente preocupados en atraerse al auditorio: la capacidad de difundir al mismo tiempo emoción y amargura. Por ejemplo, decía Chaves: "Yo hubiera preferido siempre perder mil veces una votación antes que perder mis principios". Esta afirmación parece contradictoria, pues se supone que uno vota según sus principios, y ¿cómo va a abstenerse de votar lo que sus principios le mandan que vote? ¿Cómo va a prestar su voto para que salgan adelante propuestas políticas que van en contra de sus principios? Lo que dice Chaves es: "Yo hubiera preferido siempre votar en contra de mis principios antes que perder mis principios". Y quizá esto no sea contradictorio, a pesar de las apariencias: "Prefiero que mis principios sean derrotados, antes que perderlos".

Lo que transparentan las palabras de Chaves y Griñán es la convicción de que la mayoría absoluta del partido ganador tiene que ser respetada. Consideran antinatural que pierda una votación el partido absolutamente mayoritario, acorazado. En los votos de la oposición no hubo trampa: se actuó según las normas y las costumbres parlamentarias. Pero la circunstancia de la maternidad ha añadido un complemento real, sentimental y patriótico al caso. ¿No cabría discriminar positivamente al parto frente a otros motivos de baja o permiso, puesto que los movimientos demográficos son esenciales para la bioeconomía y la riqueza de la nación? "Un pacto de caballeros", pide Chaves para que no se repitan votaciones como las del jueves, y no sé por qué no pide un pacto de señoras y caballeros.

Pero un pacto de ese tipo sería, ahora mismo, reconocer que el voto pertenece al partido, más que al diputado. Y, si es así, lo ideal sería que ni se reuniera el Parlamento: se distribuyen en cada votación los votos de acuerdo con el reparto de escaños que haya salido de las elecciones, y basta. Esta solución evitaría circunstancias inesperadas e indeseables, y respetaría estrictamente el resultado electoral. El problema es que el voto es personal: se supone que responde a la conciencia del diputado, no a la conciencia del partido.

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