La pista del culpable
No es Bush, sino Zapatero. No es Zapatero, es Bush. Hasta aquí la triste propaganda castiza en el callejón del Gato. Pero en los vastos horizontes del pensamiento también se encuentran las salas de los espejos donde toda criatura se convierte en deformada caricatura. Es el capitalismo. Es el capitalismo norteamericano. Es la globalización. Las casandras tienen al fin unos días de alegría y consuelo. Entre brumas filosóficas surgen explicaciones con mayor enjundia: la codicia, la naturaleza humana. Estamos a un paso del sermón de Cuaresma: ¡De rodillas! ¡Arrepentíos! Ya se escuchó en 1989, cuando fue la soberbia la culpable. Aquéllos creyeron como Prometeo que cabía robar el fuego sagrado y emancipar a los hombres de los dioses. Éstos de ahora consiguieron instalar al becerro de oro en la plaza mayor de nuestras sociedades.
Nada mejor que socializar las culpas; cuanto más repartido, más venial el pecado y leve la penitencia
Buscar culpables tan abstractos es tarea para cazafantasmas. Su volumen inasible impide resultados tangibles. Mucho más interesante es la tarea del FBI, que ha lanzado ya sus redes sobre un centenar de sospechosos. Alguien deberá preguntar a los directivos jubilados con indemnizaciones estratosféricas: si no lo hacen ni la policía ni los jueces, al menos deberán hacerlo los periodistas. Habrá que interesarse también por las leyes aprobadas y las decisiones tomadas, por gobiernos, parlamentos, bancos centrales y organismos reguladores a lo largo de los últimos años. Muchas pistas siguen los pasos de Alan Greenspan, que atraviesan nada menos que cuatro presidencias; desde 1987, cuando le nombró Ronald Reagan, el presidente que veía en el Gobierno el problema y no la solución; hasta 2006, cuando terminó su último mandato, para el que fue nombrado por George W. Bush, el presidente que creía lo mismo que Reagan pero se ha visto obligado a invertir el contenido de la sentencia.
Nada mejor que la socialización de las culpas. Cuanto más repartido, más venial el pecado y más leve la penitencia. Clinton es culpable, claro que sí. Por mantener a Greenspan. Por sanear las cuentas públicas. Por favorecer el crecimiento. Esto por arriba. Por abajo, aquellos masters del universo de Tom Wolfe que ya en los ochenta inauguraron la cultura y la moda de la codicia. Lo ha evocado estos días (Greenwich Times, en The New York Times del 28 de septiembre) en tonos elegiacos respecto a los bancos de inversiones desaparecidos, donde se hicieron ricos los personajes de su Hoguera de las vanidades. Wall Street, según el inventor del nuevo periodismo, pertenece ya a los viejos artefactos del siglo XX, como Broadway, los tranvías, los boticarios y los barberos. Los masters del universo se largaron a tiempo y en vez de purgar pecado alguno disfrutan ahora de los frutos de su codicia juvenil.
¿Quién les pedirá ahora responsabilidad por sus culpas? Y además: ¿Qué culpa? ¿La entera crisis financiera y todo el montaje, antecedentes y consecuentes, desde la llegada de Reagan? ¿O esa votación infame en la Cámara de Representantes, donde izquierdistas y fundamentalistas del mercado, demócratas como republicanos, rechazaron el plan de salvación propuesto por Paulson porque antes que la patria todos preferían salvar su escaño? Superada la votación, si se supera, el seguimiento de las pistas debe regresar a sus caminos habituales. En primer lugar, quien tiene las máximas responsabilidades. Ahora se le recuerdan frases suyas no muy lejanas: "Queremos que aumente el número de propietarios de su propia casa. No hay nada como decir esta casa es mi casa". "He pedido a la banca hipotecaria privada y a los bancos en general que sean más agresivos a la hora de prestar dinero a quienes compran su primera vivienda. Y la respuesta ha sido realmente buena".
Es obligado que ese presunto culpable sea sometido a un escrutinio feroz. Lo dice el guión que escribió él mismo. Prometió tanto y quiso llegar tan lejos que ha dejado a su partido dividido y sin eslóganes. Todo lo que salga de ahí suena a chiste: sociedad de propietarios, siglo americano, conservadurismo compasivo, libertad de mercado, y para qué seguir. Queda poco tiempo para su eclipse, momento en el que desaparecerá el interés por investigarle. ¡Y son tantos y tantos los motivos para hacerlo! El último, la destitución de nueve fiscales desde la Casa Blanca por motivos partidistas. Un fiscal especial está ya en ello.
Es un final de época. Los últimos emperadores suelen salir débiles y perezosos, cuando no directamente ineptos. Les devora la indolencia y siempre ven en la pasividad mayores ventajas que en la acción voluntariosa. Quieren poco gobierno, el poco que quieren lo quieren en sus manos, pero luego lo regalan entero a un subordinado. Para no sentirse culpables. Es difícil que se escondan. Y muy fácil que se pierda su herencia. Pero la culpa, al final, caerá sobre quien pierda las elecciones.
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