John McCain III, el aventurero
En un país que libra dos guerras y que hace frente a la peor crisis económica desde la Gran Depresión, no sería extraño pensar que el electorado norteamericano, históricamente con instinto conservador, optara por el candidato más tradicional, más seguro, más prudente.
¿Quién es ése en esta campaña? ¿El tercero de una dinastía de marinos cuyas gestas recorren varios continentes o el hijo de un inmigrante de Kenia que le abandonó poco después de nacer? ¿El senador que ha recorrido los pasillos del Capitolio durante un cuarto de siglo o el novato en su primera legislatura? ¿El septuagenario político que heredó el escaño de Barry Goldwater y aprendió con Ronald Reagan o el joven negro que se educó como trabajador social en las calles de Chicago?
Por lo visto hasta ahora en esta campaña y por paradójico que suene, no es John McCain sino Barack Obama el que más prudencia, consistencia y serenidad ofrece.
La decisión de suspender su campaña y el primer debate electoral es la última prueba del carácter volcánico e imprevisible de John McCain y un preludio de la montaña rusa que podría resultar su presidencia.
Al margen del rendimiento que ese movimiento pueda tener en las encuestas -incierto aún-, el golpe de efecto anunciado el miércoles ha politizado innecesariamente el debate en el Congreso sobre el plan de salvación de Wall Street y le ha dado a toda la campaña un aire de emergencia y de irrelevancia que impide que ésta cumpla con la misión a la que toda campaña electoral está destinada: transmitir a los ciudadanos los proyectos del próximo presidente.
Se trata de una apuesta enormemente arriesgada, invocando el amor a la patria, que deja a Obama sin margen de maniobra y que priva al electorado de la necesaria confrontación de ideas, máxime cuando existen grandes desafíos por delante.
Por la cronología que se conoce, no sería de extrañar que fuese además una apuesta improvisada, decidida, en medio de una cadena de noticias adversas para la candidatura republicana, después de que McCain recibiese una llamada de Obama con una propuesta -mucho más sensata- de elaborar una declaración conjunta sobre la crisis.
Igual de improvisada parece haber sido la otra gran decisión tomada por McCain desde que es candidato: la designación de Sarah Palin como compañera de ticket. La ignorancia de Palin sobre cualquier asunto relevante de la Administración de un país es ya palpable. La propia Barbara Bush lo ha reconocido. La campaña republicana lo sabe, y protege a Palin de cualquier resbalón, que llegará antes o después, ahora o -eso es más grave- cuando esté en la Casa Blanca.
McCain apenas habló con ella durante unas pocas horas antes de ofrecerle el cargo. Pero fue suficiente para él. Rechazó todos los consejos y siguió su instinto, el instinto del soldado, del hombre de acción, del valiente, del que no conoce el miedo, del amante del riesgo.
La apuesta esa vez pareció acertada -brillante, como le gustan las cosas a McCain-, funcionó durante unos días, justo el tiempo en el que el entusiasmo de la prensa y la curiosidad del público se concentraron en la nueva estrella. Pero bastó la fuerza de los hechos, el estallido financiero, para que Palin quedara reducida a su verdadera dimensión.
Hoy la campaña republicana esconde a Palin de los periodistas y reza para que la burbuja no se desinfle del todo antes del 4 de noviembre.
Se sabía del carácter temperamental de McCain. Él mismo lo reconoce y existen decenas de anécdotas, más o menos simpáticas, que lo demuestran. Pero era menos conocido que ese carácter está impreso también en su política y le da a ésta una tendencia zigzagueante que está llegando a preocupar a quienes deberían de ser sus aliados.
Un editorial de The Wall Street Journal criticaba ayer la decisión de McCain de suspender su campaña. Es la segunda vez en una semana que eso ocurría. Anteriormente, el candidato republicano fue zaherido por el púlpito del establishment conservador por su propuesta de destituir al presidente de la SEC (organismo regulador del mercado) y por el tono exageradamente populista adoptado en relación a la crisis.
Antes de ser un populista y un rupturista -48 horas antes-, McCain era un oficialista. "Los fundamentos de la economía están sólidos", dijo al conocerse el terremoto en el sistema financiero.
Varios de sus detractores aseguran que se deja llevar por lo último que le pasa por la cabeza y hace caso al último que le habla al oído. Ha cambiado tres veces de responsables de campaña.
Su último viaje le ha trasladado, esta vez en menos de 24 horas, de la ferocidad de sus ataques a Obama -hasta Karl Rove dijo que le parecían excesivos- al bipartidismo y la causa común. ¡Y faltan aún 40 días de campaña!
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