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Reportaje:A TRAVÉS DEL PAISAJE | agenda

La manzana de Adán

Pensábamos, porque así lo había certificado el padre Vicente Marés en su Fénix Troyana, que el paraíso terrenal se encontraba por las tierras de Chelva, en la ruta que conduce de Valencia al Rincón de Ademuz. Pero a la vista de los cultivos debemos pensar que hubo un pequeño error en el GPS del sacerdote e inquisidor, y que el verdadero paraíso estaba un poco más lejos, al norte de lo que él previó, adentrado en lo geográfico -aunque no en lo político- en la provincia de Teruel, en las tierras del Rincón.

Porque si lo que caracteriza y define a nuestros primeros padres fue la caída de sus fueros en pos de la manzana mágica, ningún lugar más apropiado a la tentación con el citado fruto que las tierras que señalamos. Allí coexisten manzanas de variedades multinacionales, como podrían ser la Fuji, la Golden, la Reineta o la Granny Smith, con otras de nombre y sabor más propio, tal que la García, la Ricarda, la Miguela o la Comadre, variedades específicas del lugar y que toman su nombre del huerto que las crió en primicia.

Aunque la más famosa de todas, la que seguro empleó Eva para ganarse a Adán, fue la esperiega, variedad autóctona, que toma los apellidos de roja, fina o encarnada, según la color, y que aparece con helado aspecto y dulce sabor para deleite de los sucesores del padre de todos los humanos.

Los huertos los riega el Turia, o sus afluentes, el Ebrón y el Bohilgues, y multitud de canales y canalillos naturales que en aquel lugar se muestran y que sin duda provienen de las altas cumbres que allí instaló el destino: la sierra de Javalambre, y la de Tortajada y la de Salterón. Cubiertas de pinos y de enebros, de carrascas, robles y tejos, y como sucedía con nuestra manzana, con una especie poco conocida pero grandemente apreciada por la dureza de sus leños, cual es la sabina albar, imputrescible, al decir de los expertos, con las propiedades que confiere a su madera la resina que destila.

También se muestran allí toda suerte de animales, desde los más agrestes a los que pastan al cuidado del pastor, que seguro los vio nacer. Los conejos y perdices alternan con zorros y jabalíes, aunque en mayor proporción, y también perdices y codornices, y truchas y barbos; vamos, un paraíso terrenal.

Y como en todas partes, incluso en los paraísos, no solo de manzanas viven el hombre y la mujer, por lo que será necesario fijarse en las comidas del lugar para satisfacer nuestros apetitos. Los cuales quedarán ahítos con cualquiera de los platos que aquí se acostumbran, y que como siempre señalamos, están gravados por lo que se cría y cultiva en las tierras, las aguas y los aires que nos contemplan.

Comidas sólidas, con preponderancia de las grasas y las féculas, como las gachas, compuestas de harina y adornadas con tocino. El empedrado, plato estrella de la región que combina el arroz con las alubias, el cerdo y sus derivados. Y para postre una excelencia cuyo nombre no deja lugar a dudas de la procedencia, el alajú: masa de almendras, pan rallado y tostado, especias, miel cocida, y unas obleas, que recubren el pastel y que quizás le confieren un halo de santidad.

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