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Columna
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De Karadzic a Talaat Pachá

Antonio Elorza

La captura y el juicio de Radovan Karadzic son de gran importancia por representar, en la estela de Nüremberg, una aplicación del principio de que los genocidios y los crímenes contra la humanidad nunca deben quedar impunes. Sabemos que aunque el castigo tenga lugar y clamemos una y otra vez contra los causantes de la muerte en masa, tales tragedias seguirán ocurriendo. Pero por lo menos desaparecerá el aliciente de la impunidad.

Hay otra dimensión menos valorada del caso Karadzic: su papel de cara a la conciencia social serbia. La imagen del siniestro psiquiatra, oculto a favor de la complicidad de sus compatriotas, era la de un país que asumía en su conjunto, por activa o por pasiva, la responsabilidad de los crímenes cometidos sobre Sarajevo o Srbrenica. Es cierto que unos miles de ultras se han manifestado en protesta por la entrega a La Haya, pero sobre todo no puede olvidarse que fue el Gobierno democrático de Belgrado quien lo detuvo y extraditó. La traumatizada Serbia de la democracia no es la agresora sanguinaria que creara Milosevic. La culpa colectiva queda ya atrás.

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El episodio adquiere un valor de ejemplaridad si pensamos en el debate sobre el genocidio armenio, cuya negación puede costarle a Turquía el ingreso en la UE. Es cierto que sucedió hace casi un siglo, pero también sus dimensiones fueron enormes y fue el patrón para matanzas posteriores. Hay además testimonios abrumadores: el proceso y condena de responsables por el propio Imperio otomano agonizante, cuyas actas se conservan en Washington, la documentación recopilada por el Patriarcado armenio en los años de ocupación aliada de Estambul, los informes de los cónsules. De momento el reconocimiento del genocidio sigue siendo tabú en Turquía y el artículo 301 del Código Penal pende sobre cualquier infractor (recordemos a Orhan Pamuk). Ahora bien, la atmósfera ha mejorado sensiblemente en los últimos años, a pesar de golpes como el asesinato del periodista armenio Hrant Dink en Estambul. Y hay que dar cauce a la nueva coyuntura, con hechos hasta ahora inimaginables, como la invitación del presidente de Armenia al de Turquía para presenciar juntos el partido Armenia-Turquía a celebrar en Yereván. La prensa democrática turca, tanto laica como confesional, presiona a favor de la asistencia y de una reconciliación definitiva.

¿Por qué no seguir el ejemplo serbio? Fue lógico el encubrimiento en los años 20, cuando Turquía acababa de nacer como república independiente y existían reivindicaciones territoriales. Pero ahora, ¿por qué no fijarse en que la responsabilidad del genocidio no fue del pueblo turco, sino del grupo de militares ultranacionalistas en el Gobierno, cuya cabeza efectiva era Talaat Pachá, a quien corresponden las directrices mortíferas? Hubo casos de violencia armenia, como en Van, reconózcanse, siempre en el marco de la valoración de conjunto. Obviamente, el negacionismo, como sucedía en Serbia con la protección a los criminales de guerra, conlleva una absurda asunción de la responsabilidad por unos hechos ajenos a la Turquía de hoy. Ni siquiera tuvo Mustafá Kemal nada que ver con el lanzamiento de la política de exterminio. Castíguese la memoria de los dirigentes responsables; quede limpia la conciencia de todo un país. Objeción: con las tensiones en curso, ¿quién le pone el cascabel al gato?

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