Cocaína tras las rejas
Como si fueran presos comunes, en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía permanecían encerrados 5.000 kilos de hachís y 350 kilos de heroína y cocaína. La imagen tiene algo de surreal, como cuando el Ejército encarcelaba al Cetme que, por disparo accidental de algún soldado o recluta, había causado heridas o muertes. Tanta riqueza sintetizada en droga fue acicate irresistible para un ladrón ambicioso y avispado, dicen que funcionario, que, pacientemente, fue sustituyendo 50 kilos de heroína y
otros 50 de cocaína por polvos de talco y azúcar, presumiblemente refinada para que se notara menos el cambiazo. Son 4,5 millones de euros los que se han volatilizado gracias al afán de ese ladrón de guante blanco, pocas veces mejor dicho. Y menos mal que se ha descubierto el truco, porque unos meses más y el drugstore de los calabozos se hubiera convertido en un almacén de ultramarinos prohibido para diabéticos.
Primero, la ironía del caso. ¿Qué hacía la droga encerrada en la cárcel? ¿Cumplía alguna pena y no podía ser destruida hasta cumplirla? El atareado ladrón bien podía imaginarse que, en lugar de tener el dinero en el banco, lo tenía en el trullo. Cuando necesitaba circulante, compraba unos botes de talco y un kilo de azúcar, acudía a la jefatura sevillana y daba el cambiazo. Liquidez asegurada y abundante. Si hubiera sido tan espabilado como los financieros estadounidenses, incluso podía haber titulizado los activos de droga que tenía prácticamente a su disposición.
Y después, el asombro. Cuando se tiene en almacén un alijo de 5.500 kilos de droga, lo mínimo es instalar unos sistemas de seguridad decentes. No hace falta poner cámaras acorazadas ni láser que inspeccionan la retina; pero sí un control riguroso de quienes tenían acceso a las llaves y unas cámaras de vigilancia camufladas. Hasta un registro de personas que entran y salen hubiera bastado. Hasta el gran Totó, en batín, como en Rufufú, podía haber entrado en esas mal llamadas celdas dando simplemente las buenas noches. Donde hay confianza -y rutina- puede pasar de todo. Por cierto, ¿dónde encerraban a los presos?
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