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Columna
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El aire

Me he quitado la corbata. He seguido el consejo del ministro Sebastián y me he desprendido de esa prenda tan aparentemente superflua para ahorrar combustible. La idea, como saben, es aligerar el vestuario para soportar mejor el calor en el trabajo y así bajar el consumo del aire acondicionado. Se le ocurrió a los japoneses hace tres años y, según parece, ahorraron un montón de barriles de crudo. Aquella gente es muy disciplinada, y si les dices que sigan quitándose ropa por el bien de la patria son capaces de ir al curro en bolas.

Como gesto simbólico puede valer, pero la corbata no es precisamente la prenda que más abriga. Si de lo que se trata es de evitar sofocos, habrá que desprenderse como mínimo de la chaqueta, que es la que de verdad agobia en verano. En cualquier caso, de nada sirve que salgamos de casa en tanga si luego entramos en cualquier centro comercial y salimos estornudando. El abuso del aire acondicionado es una evidencia que tienen muy contrastada los otorrinos. En estas fechas de calorina no dan abasto a causa de las rinitis, faringitis y otras itis propias de los cambios bruscos de temperatura. Hay empresas donde ponen los termómetros por debajo de los 20 grados, y a veces pienso que lo hacen para mantener despiertos a los empleados, como proceden con los presos en las cárceles norteamericanas.

No hay control que evite la utilización del frío como gancho para atraer clientes en bares y tiendas

Lo cierto es que nadie parece controlar ese aspecto importante de la salud laboral. Tampoco hay control alguno que evite la utilización del frío como gancho para atraer clientela en bares, cafeterías, tiendas y grandes almacenes. El exceso de aire acondicionado es un disparate para el bolsillo y para la salud, y si de algo sirve que me quite la corbata, ahí estará la mía colgada hasta septiembre.

Lo que ya no sé es lo que nos tendremos que quitar o poner para que el aire que respiramos en la calle no acabe matándonos. Un estudio reciente de Ecologistas en Acción asegura que al menos uno de cada dos españoles respira aire contaminado, y que el de Madrid es de lo peor. En la región que habitamos, ocho de cada diez personas ventilan sus pulmones con dióxido de nitrogeno y partículas en suspensión provenientes sobre todo de los tubos de escape, es decir, del tráfico. Según las cuentas de esta organización, el hollín que nos tragamos le cuesta la vida a 16.000 españoles al año, una cifra que cuadruplica la de víctimas mortales por accidentes de carretera.

Ese mismo informe afirma, además, que los malos humos de nuestra región reducen nuestra esperanza de vida de dos a tres años. Puede que estos cálculos sean discutibles y matizables, pero Ecologistas en Acción acierta plenamente cuando sitúa el interés de las administraciones por la calidad del aire muy próximo al cero. Nadie parece alarmarse cuando las estaciones de control medioambiental arrojan niveles de contaminación que superan con mucho los límites marcados por la Organización Mundial de la Salud. Ni siquiera la escasez de instrumentos eficaces para retraer esos registros a corto y medio plazo justifica la pasividad que suelen mostrar quienes tienen la responsabilidad de mantener respirable la atmósfera.

Tampoco los ciudadanos somos en este sentido ejemplo de nada. Nos hemos acostumbrado a inhalar aire sucio y tengo la sensación de que en términos generales preferimos seguir haciéndolo antes que alterar nuestros modos de vida. A día de hoy, la calidad de ese aire que respiramos 16 veces por minuto está lejos de ser una prioridad.

Aunque no es su negociado, ahora el ministro sin corbata, que no sin cartera, tiene la intención de hacer de la necesidad virtud y reducir los niveles de polución. Lo hace forzado por la apremiante exigencia de rebajar la brutal factura petrolífera que lleva camino de hundirnos en la miseria. Su pretensión es que para 2010 gastemos un 10% menos de petróleo, lo que en términos económicos sería un pastón, y en términos medioambientales un respiro. La idea de Sebastián, aún en mantillas, es fomentar al máximo las energías renovables y favorecer la implantación de los transportes alternativos como el coche eléctrico. Medidas que debieron de aplicarse hace años, que hoy adquieren carácter de urgencia, pero que hay que aplaudir y pedir que no se queden en una mera operación de imagen.

Habrá que quitarse la corbata en verano y en invierno ponerse camiseta de felpa para ahorrar calefacción. Porque si seguimos ensuciando el aire, pronto tendremos que incorporar a nuestro vestuario una bonita mascarilla. En las ciudades de Extremo Oriente ya las hacen de diseño y con marca. Y algunos a eso le llaman evolución.

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