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Al despertar, el dinosaurio seguía allí

Antón Costas

A finales de los años setenta el precio del petróleo se disparó hasta alcanzar costes reales (descontado el efecto inflación) muy similares a los que estamos viendo ahora. Las alarmas se dispararon y la preocupación de la opinión pública y los gobiernos fue enorme. Algunos sectores productivos intensivos en energía entraron en crisis. Surgió un cierto malthusianismo de los recursos energéticos que jugaba con la idea de que el fin de la era del petróleo estaba cerca y los países occidentales tenían que enfrentarse a la posibilidad del crecimiento cero. Pero unos años más tarde los precios volvieron a niveles normales y aún inferiores a los de antes de la crisis. Los presagios malthusianos cedieron su lugar a una visión más optimista del petróleo y del crecimiento. Hasta hoy.

Necesitamos una política energética que combine el uso del petróleo y fuentes de energías alternativas

De nuevo, un cuarto de siglo más tarde, los precios han vuelto a dispararse. Tras cinco años de subidas continuadas, se ha pasado de 25 dólares el barril a los 145 alcanzados al final de la semana pasada. Las alarmas se han vuelto a encender, provocando preocupaciones muy similares. Algunos sectores de nuestra economía muy intensivos en consumo de energía, como el transporte y la pesca, han comenzado a hacer oír sus lamentos y su malestar. Otros, como la gran industria consumidora de energía, ven también su competitividad amenazada. La energía se ha convertido en una preocupación prioritaria de los gobiernos. De ahí que en la campaña electoral de las presidenciales norteamericanas el demócrata Obama y el republicano McCain compitan por ver quién es más medioambientalista.

¿Hemos de tomar en serio esta nueva crisis, o se debe a causas circunstanciales que una vez desaparecidas dejarán que los precios vuelvan a sus niveles normales? ¿Cuáles son, en todo caso, esas causas circunstanciales? Mi impresión es que hemos de acostumbrarnos a precios elevados, sin que esto signifique que no puedan descender de sus niveles actuales, ni que el horizonte que tenemos delante sea apocalíptico. Veamos.

El incremento de precios que tuvo lugar a finales de 1979 coincidió con la revolución iraní. El temor al desabastecimiento y al aumento de los precios llevó a que las reservas físicas de petróleo aumentaran. Un fenómeno puramente especulativo. Ese acaparamiento -cantidades que se retiraban del mercado- hizo aumentar aún más los precios. A su vez, esos precios elevados provocaron una recesión en Occidente y la disminución de la demanda. A la vez, los gobiernos occidentales pusieron en marcha medidas políticas para ahorrar energía y fomentar la eficiencia de su uso doméstico y productivo. Como consecuencia, la demanda disminuyó, la especulación desapareció y los precios volvieron a sus niveles normales.

¿Es posible que la especulación esté ahora también detrás de este nuevo incremento de precios, tal como sostiene el Gobierno? Especuladores, haberlos, haylos, pero no creo que sean la causa principal de lo que estamos viendo. Si lo fuesen, tendrían que aumentar las reservas físicas. Pero ahora no aumentan, sino que están disminuyendo. ¿Y que decir de EE UU? ¿Es posible que el dólar débil y las amenazas de intervención militar en Irán sean la causa? Algo de eso hay, pero tampoco parece ser el factor determinante.

Entonces, ¿qué otras explicaciones existen para la actual subida de precios? Fíjense en este dato: desde hace unos años hay una demanda adicional de petróleo de casi millón y medio de barriles diarios que no existía con anterioridad, procedente de los nuevos países emergentes, que, como China, están deseosos de ofrecer a sus ciudadanos niveles de bienestar similares a los nuestros.

Aunque parezca mentira, esta demanda adicional ha cogido por sorpresa a las compañías de extracción y refinado de petróleo, que no han hecho las inversiones reales necesarias para aumentar su producción. El aumento de la demanda se ha encontrado con una oferta estancada. Un economista no necesita mucho más para explicar el incremento de precios.

En cualquier caso, los elevados precios del petróleo van a provocar en los países desarrollados una reducción de la demanda. A través de dos vías. Por una parte, de la desaceleración de la producción y del consumo (menos aires acondicionados y menos movilidad del transporte privado). Por otra, veremos como los gobiernos pondrán en marcha programas de eficiencia energética, para producir lo mismo con menor consumo de energía.

Esta reducción de la demanda en Occidente hará que los precios moderen su crecimiento o incluso disminuyan sus niveles actuales, pero no hará, como sucedió en 1982, que vuelvan a los niveles de antes de la crisis. Lo más probable es que a partir de ahora veamos precios elevados, a causa de esa demanda adicional de 1,4 millones de barriles diarios de petróleo que viene de los emergentes. Como en el maravilloso minicuento de Augusto Monterroso (Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí), cuando despertemos de ese sueño de especuladores y burbujas, veremos que la demanda del dinosaurio chino -y vecinos- continúa ahí, consumiendo y presionando los precios. Y sería inmoral acusar a los países pobres de ser los causantes de nuestros problemas por el hecho de querer vivir como nosotros.

Es verdad que siempre queda la opción de pensar que se trata de una burbuja y que las cosas se resolverán por sí solas. El optimismo es una buena virtud para un político. Pero el optimismo no es una política. Y lo que nosotros necesitamos urgentemente es una política energética a largo plazo, que combine de forma adecuada la eficiencia en el uso del petróleo con la investigación y aplicación industrial de todas las fuentes de energías alternativas disponibles, y en particular de las limpias y renovables.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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