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Reportaje:

La bienal de la utopía

Santa Fe inauguró ayer una cita imprescindible del arte de vanguardia - La instalación española 'Martí y la fábrica de harina', entre las más destacadas

En Santa Fe (Nuevo México) hay una esquina singular en la que se cruzan las calles Madrid y Barcelona. Pero tras la intervención del artista catalán Martí Anson, también Mataró tiene un lugar en el mapa de esta ciudad-encrucijada del suroeste de Estados Unidos, donde la mezcla entre fantasía y realidad crea una de las atmósferas más peculiares e inquietantes de este país de múltiples rostros. Martí Anson es uno de los 25 artistas que participan en la Séptima Edición de la Bienal Internacional de Arte contemporáneo de Santa Fe, titulada Lucky number seven (afortunado número siete) e inaugurada ayer.

El siete será un número difícil de olvidar para los creadores que como Martí, el italiano irreverente Piero Golia o el irónico australiano Nick Mangan aterrizaron en enero en esta ciudad de falsas casas de adobe inspiradas en una mezcla de arquitectura colonial española y de construcciones indio-americanas como las de los llamados "pueblos" de los alrededores (decenas de tribus diferentes que aún hoy viven en casas de adobe reales a la sombra de deprimentes casinos).

La 'misión': realizar, con 4.800 euros, obras con fecha de caducidad
A Martí Anson le interesa la "acción de hacer arte", no el producto final
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"Esta ciudad es un lugar muy absurdo, con ese intento desesperado por rescatar la historia a través de esta arquitectura forzada. Por eso me pareció perfecto hacer algo igual de absurdo: construir una réplica de la fábrica de harina de Mataró, un edificio del siglo XIX amenazado de muerte por un centro comercial. Los políticos primero pensaron en derruirlo. Hubo polémica y entonces propusieron desmontarlo para volverlo a reconstruir a 200 metros. Así que yo decidí hacer algo aún más absurdo y traérmelo a Santa Fe", explica Anson, un artista al que le interesa la "acción de hacer arte", no el producto final. "Creo que en Mataró no les ha hecho mucha gracia la broma. Soy el estúpido defensor del patrimonio local, pero aun así los políticos me siguen superando: lo último que anunciaron es que desmontarán la fábrica ladrillo a ladrillo y la guardarán hasta que encuentren dónde volverla a montar", añade este artista de 40 años. Entre sus proyectos anteriores hay atrevimientos como intentar robar durante un mes el cuadro más barato de la colección del Museo de Bellas Artes de Montreal y después editar un periódico alrededor de la experiencia del robo de obras de arte, incluyendo la suya.

Su trabajo, titulado Martí y la fábrica de harina, por su ubicación frente al Museo de Arte Colonial Español y por sus características llama la atención en esta ciudad en la que reside el mayor número de artistas per cápita de Estados Unidos. Siete mil personas se declararon en esa categoría en un censo reciente (sobre 60.000 habitantes) y aunque en las cercanías viven celebridades del arte como Bruce Nauman, Richard Tuttle o Susan Rothenberg -y hasta el huidizo escritor Corman McCarthy-, el grueso de la población artística abastece más de 100 galerías de arte, Site Santa Fe, el centro de arte que organiza la bienal y aspira a ser "una ventana hacia la realidad del arte contemporáneo", según su directora, Laura Horn.

Si existe un lugar como Site Santa Fe es gracias a la tradición de mecenazgo que desde hace casi un siglo llevó a ricos coleccionistas estadounidenses a instalarse entre los impresionantes desiertos, valles y montañas por los que cabalgó John Wayne en las películas de vaqueros. Georgia O'Keefee fue una de las primeras en aterrizar en el salón de Mabel Dodge Lujan, una millonaria intelectual que quiso imitar en los años veinte a Gertrude Stein y rodearse de artistas de los que poder presumir y con la que arrancó la tradición que aún hoy permite que mecenas anónimos inviten a cenas fastuosas al grupo de artistas emergentes escogidos para esta bienal por el comisario Lance M. Fung. "No quería artistas-estrella, ni grandes nombres, ni productos de mercado. Quería artistas poco conocidos que estuvieran dispuestos a participar en una experiencia colectiva. Echo de menos el espíritu que alimentó el barrio del Soho neoyorquino en otras épocas, donde aunque había comercio, había comunidad artística. Los artistas trabajaban juntos, intercambiaban ideas, se divertían. Hoy el dinero pesa demasiado y se ha perdido esa esencia de comunidad. Si los artistas están más preocupados con el producto que con la creación, el arte sufre las consecuencias", explica Fung.

El comisario invitó a los artistas a explorar Santa Fe durante una semana en enero y después a residir allí durante el mes previo a la inauguración. La misión era realizar con 7.500 dólares (4.800 euros) para cada uno, obras creadas específicamente para el lugar y con fecha de caducidad: al terminar la muestra en diciembre, desaparecerán, o se reciclarán, sin posibilidad de ser explotadas comercialmente. Fung, que no conocía a ninguno de los creadores previamente, trabajó para encontrarlos en colaboración con espacios culturales modestos pero arriesgados como el Centre d'Art Santa Monica de Barcelona o el Ullens Center for Contemporary Art en China, que propusieron a quienes mejor representaban el espíritu de cada centro. Para Anson, "la experiencia ha sido interesante. No sé si el resultado lo es pero el proceso sí lo ha sido. Y muchos hemos conseguido una visibilidad a la que de otra manera no hubiéramos tenido acceso".

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