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Del desierto a Venecia

Lo cool es criticar las bienales porque se reproducen como conejos y, ¡Dios mío!, permiten que la privilegiada información sobre lo que se está cociendo en la creación contemporánea -que no sólo en el mercado- sea conocida por un mayor número de aficionados que la estricta élite de críticos y comisarios que pueden permitirse viajar de un sitio a otro. Es verdad que hay muchas (una treintena en 2008) y que no todas son interesantes, pero algunas consiguen crearse una identidad que hace que nunca acaben de pasar inadvertidas en la comunidad artística.

Es el caso de la Bienal de Santa Fe, pequeña y lejana, cuyo solo nombre ya remite a paisajes desérticos y hermosos, que se ha caracterizado siempre por plantear en muchos casos trabajos in situ que permiten un mayor grado de experimentación tanto a los artistas como a los comisarios. No es casual, tal vez, que hayan comisariado esta bienal personajes como Francesco Bonami (1997), Rosa Martínez (1999) y Robert Storr (2004), que, pocos años más tarde, han tenido entre sus manos la bienal entre bienales, la de Venecia.

Tampoco debe ser casual que, pese a tanto debate sobre la falta de proyección del arte español, en esta bienal casi cada año aparezcan algunos nombres españoles, desde Chema Alvargonzález en la primera de 1995 a Cristina Iglesias en la última de 2005.

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