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ESCALERA INTERIOR
Columna
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Las sortijas de la escritora

Almudena Grandes

La escritora respira hondo y entra a buen paso en la sala A, una enorme carpa rectangular donde caben varios centenares de sillas, casi todas ocupadas. El número de asistentes es muy superior al habitual, pero ella ya contaba con eso. Los organizadores de la Feria del Libro de la hermosísima, volandera ciudad manchega a la que acaba de llegar, la habían avisado a tiempo de que pensaban aprovechar su visita para reunir a los miembros de varios clubes de lectura. Ésa es la razón de que, cuando se sienta detrás de la mesa, tantos pares de ojos, en su mayoría femeninos, la miren al mismo tiempo. La situación puede parecer temible, pero la escritora no siente miedo. Apenas en el recuerdo de otros actos, otras ferias, cuando era más joven y todavía no se las sabía todas.

Como ahora ya se las sabe, el acto marcha según lo previsto. Habla poco, un cuarto de hora. Antes de empezar, los bibliotecarios la han avisado de que sus grupos traen muchas preguntas preparadas, y ella prefiere darles la ocasión de formularlas. No le sorprende que la política, la historia y la memoria de España adquieran desde el primer momento un relieve muy superior al que alcanzan las cuestiones estrictamente literarias. No es la primera vez que su última novela provoca este fenómeno, con sus correspondientes dosis de emoción y controversia, y por otra parte, esta tarde tampoco sucede nada especial. La discusión no se encrespa, los intervinientes no se interpelan entre sí, nadie se roba la palabra ni impulsa el volumen de su voz por encima del tono de una conversación. Todo es normal, tan normal como debe ser analizar un periodo difícil del pasado de un país difícil en una tarde de primavera, después de treinta años de democracia. Cuando la escritora se levanta de la mesa, ni siquiera se da cuenta de eso. Ha dicho, por supuesto, lo que ha querido, lo que de verdad piensa, lo que cree, lo que siente y, también por supuesto, ha llamado a las cosas por su nombre, porque ése es, en definitiva, el oficio de un escritor. También el derecho de cualquier ciudadano en un Estado que esgrime su defensa como una bandera orgullosa y legítima. Al fin y al cabo, en Europa todo el mundo sabe que los fascistas fueron los malos y los demócratas fueron los buenos. La escritora y sus lectores son europeos.

Todo ha sido de lo más normal, y con esa tranquilidad, y el alivio de haber acabado ya con lo que parecía el compromiso más difícil del día, la escritora se dirige a las casetas de la feria para firmar libros. Pero a medio camino, una mujer de su edad, entre los cuarenta y los cincuenta, se interpone en su camino, la coge por el brazo, la mira a los ojos y, en un susurro, para que nadie la oiga, le da las gracias por ser tan valiente. La escritora dice que no, que ella no es valiente, que los valientes hacen cosas admirables, mucho más grandes, mucho más difíciles que las que ella hace. El valor nace siempre del riesgo y del miedo, y ella no corre riesgo alguno, no tiene ningún miedo, pero cuando está a punto de explicárselo, la desconocida se quita de un dedo una sortija de abalorios que ha hecho ella misma, y se la pone en el anular de la mano izquierda. A la escritora le conmueve tanto ese gesto que sólo puede darle las gracias, y no acierta a decir nada más.

Cuando firma el último libro de la tarde, la escritora tiene ya dos sortijas de abalorios en los dedos, y en la memoria una colección de frases calientes que no podrá olvidar con facilidad, susurros sencillos y emocionantes, inspirados por una admiración que, honestamente, no cree merecer. Y se siente extraña, incómoda, casi impostora, al volver a escuchar que es valiente, muy valiente, que hay que ver el valor que tiene. Entonces se pregunta qué sienten estas mujeres, por qué, de qué tienen miedo, después de tantos años. Y por fin es ella la que se asusta, la que teme por un miedo que no siente, un miedo que sólo le inspira rabia, una indignación oscura, espesa, vieja. Y aunque está muy cansada, le gustaría hablar con todas estas mujeres, una por una. Le gustaría poder escucharlas, y mirarlas a los ojos, y pedirles por favor que no susurren, que hablen alto, que no tengan miedo, porque ya no hay razones ni argumentos para el miedo. Todo eso le gustaría decir, pero no tiene tiempo, ni siquiera la ocasión de contarles que la suma de todos sus miedos pequeños, luminosos, le enseña mejor que ningún libro que vive en un país muy enfermo, una España que quizá ya no sangra, pero sigue supurando pus por todas sus cicatrices. Una España que no sanará hasta que ellas dejen de pensar que la escritora es una mujer valiente.

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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