Elogio del silencio
Asunto delicado. La semana pasada volví a Las Ventas tras casi cinco años sin pisar una plaza. Una promesa a una amiga antitaurina. Pero en esos años he seguido comiendo filetes y comprando zapatos de piel. Ella también. Algo no me termina de encajar. Sin embargo, comparto el disgusto por caza, peleterías y mataderos. Pero no por los toros. Nunca dejan de seducirme. Quizá porque está asociado a recuerdos felices. Una foto de mi padre con Sergio Leone en barrera. Dos ferias con Ricardo Franco en el abono de su padre, a pocas localidades de Tano Díaz Yanes. Y por supuesto, el marido de Filis, nuestra asistenta de la infancia, picador. Los picadores no son mi personaje favorito de esta función. Florito, sí. Florito y sus cabestros. El otro día tuve suerte y le vi actuar. A Ricardo le apasionaban los toros y el guión de La buena estrella lo escribimos durante una feria isidril gloriosa para Joselito. De las que crean afición. Por la mañana escribir, luego comer, luego repasar lo escrito, luego a Las Ventas. Hubo un prólogo, nunca rodado por falta de dinero, donde Manso, Guapo de Cara y Tuerta se cruzaban allí. Pero lo que más me gusta de los toros, como del teatro, es la emoción compartida: 20.000 almas en silencio. Atención absoluta sobre un mismo pensamiento. ¡Qué energía! Y los pasodobles. Sé que está mal y debería curarme de esto, pero amo tanto ese bien escaso, un emocionante silencio.
Ángeles González-Sinde es presidenta de la Academia del Cine.
Babelia
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