Duelo a muerte en OK Corral
Pocas veces se tiene la oportunidad de confrontar tan directamente dos visiones antitéticas de lo que sucede a nuestro alrededor como en esta ocasión, cuando confluyen en el mercado dos novedades como son el último libro del notable economista estadounidense Paul Krugman y las memorias de Alan Greenspan, hasta hace poco y durante muchos años uno de los hombres más poderosos del planeta a través de su cargo como presidente de la Reserva Federal (Fed), esto es, quien dicta el precio del dinero.
Krugman dedica su texto a demostrar cómo el movimiento conservador se ha apoderado poco a poco del Partido Republicano, generando posiciones de lo que en Europa se denominaría derecha extrema; y Greenspan reivindica, sin ningún complejo, su pertenencia a ese movimiento conservador por la ideología de la que se reclama, que considera casi "natural". El primero opina que la intensa desigualdad económica y la polarización política que se dan en los Estados Unidos de hoy son dos caras de la misma moneda, que es la acción de los neocons, que llegaron a la Casa Blanca a principios de los ochenta con Reagan y que desde entonces apenas han tenido que replegarse a sus cuarteles de invierno (salvo en los dos mandatos de Bill Clinton; por eso lo odiaron y utilizaron todo tipo de armas para destruirlo). Y el ex presidente de la Fed reivindica para sus políticas y para las de los suyos el protagonismo de la mejora de los niveles materiales de vida de la mayor parte de los ciudadanos estadounidenses durante el último cuarto de siglo. Por último, Krugman hace una apelación militante al voto demócrata como única fórmula de alinear a EE UU con el resto de los países más ricos del planeta en lo que es distintivo de éstos (y por lo que son envidiados): un Estado de bienestar fuerte y protector; mientras que Greenspan piensa que, con todos sus defectos (y el primero ha sido creer que el déficit no importa en la política económica), la Administración de Bush completa lo que antes practicaron los próceres de la revolución conservadora, y la hace más irreversible.
Después de Bush. El fin de los "neocons" y la hora de los demócratas
Paul Krugman
Traducción de Francesc Fernández
Crítica. Barcelona, 2008
329 páginas. 29 euros
La era de las turbulencias
Alan Greenspan
Traducción de Gabriel Dols Gallardo
Ediciones B. Barcelona, 2008
626 páginas. 21 euros
Krugman defiende que Estados Unidos ha pasado de ser una sociedad de clases medias a la extrema desigualdad
Paul Krugman es uno de los economistas más mediáticos del planeta. Sus artículos son considerados la biblia del pensamiento económico liberal (en sentido norteamericano, esto es, socialdemócrata) de nuestros días. En su libro defiende que EE UU ha pasado de ser una sociedad de clases medias a la extrema desigualdad. A la igualdad en lo económico se correspondía la moderación en lo político. Como nadie considera que la gente del Partido Demócrata se ha ido hacia la izquierda (todo lo contrario), la tensión política se debe a que los republicanos han derivado hacia la derecha extrema. Y ello ha sido consecuencia de la conquista que el movimiento conservador (los neocons) ha hecho del Partido Republicano.
La desigualdad económica se manifiesta en EE UU tanto en el escaso aprovechamiento que las familias de clase media y clase baja han hecho del crecimiento como en el extraordinario alejamiento de los estándares medios, de los ejecutivos de las grandes firmas y de los ultrarricos. El sueldo de los primeros ha pasado de ser "únicamente" 40 veces el sueldo de un trabajador a tiempo completo en los años treinta, a 367 veces de media en 2000. En cuanto a los más ricos de los ricos, Krugman hace suyo el comentario de un analista de The Wall Street Journal: "No es que los ricos se estuvieran haciendo sencillamente más ricos; es que se estaban convirtiendo en extranjeros económicos, creando su propio país dentro del nuestro; su propia sociedad dentro de la nuestra y su propia economía dentro de la nuestra".
Para corregir esos excesos, Krugman hace una profesión de fe militante: en las elecciones presidenciales ha de ganar un demócrata, con un programa liberal muy definido que tenga una idea fuerza: generar un Estado de bienestar homologable con el del resto de los países ricos del planeta, lo que significa sobre todo añadir una sanidad pública universal. Ello conllevará una subida de impuestos de los más pudientes, beneficiados de una permanente subasta fiscal a la baja por los gobiernos republicanos.
A la categoría de conservador pertenece, sin ningún complejo, Alan Greenspan. Sus memorias dan carácter oficial a muchas de las cosas que hace siete años publicó el periodista Bob Woodward en su biografía sobre el personaje, por lo que no es preciso insistir en ellas. El ex presidente de la Fed, con cuatro mandatarios de la Casa Blanca (Reagan, Bush padre, Clinton y George W. Bush), también fue presidente del Consejo de Asesores Económicos de otros dos, Nixon y Ford, por lo que entre pitos y flautas ha ocupado durante casi un cuarto de siglo dos de los tres puestos más importantes que un economista puede tener en Washington (el tercero es el de secretario del Tesoro). Autoclasificado como libertario en materia de política económica, la fuente inicial de su filosofía la encontró en su relación con la novelista Ayn Rand, autora de la novela El manantial, de quien aprendió su contacto con la racionalidad como valor supremo, el individualismo y el egoísmo ilustrado.
Más allá de sus reflexiones sobre cada una de las crisis económicas, el acontecimiento más notable de la biografía de Greenspan es su seguridad en la superioridad del capitalismo de mercado que emerge de la caída del muro de Berlín, que reveló que tras el telón de acero había un Estado de ruina que superaba con creces las expectativas de los economistas occidentales mejor informados, pero que también se llevó por delante las políticas económicas intervencionistas de las democracias occidentales.
El apóstol de Greenspan no podía ser otro que el economista austriaco Joseph Schumpeter y su tesis de la destrucción creadora: una economía de mercado se revitalizará sin cesar desde dentro desarbolando empresas viejas y fallidas para luego redistribuir los recursos hacia otras nuevas y más productivas. El problema es que los ciudadanos entienden que esa destrucción creadora muchas veces se queda sencillamente en destrucción, por lo que sospechan no sólo de la eficacia sino sobre todo de la probidad moral del capitalismo de mercado. Por ello la batalla ideológica a su favor no está ganada, como demuestra el libro de Krugman. -
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