E=mc2 con y sin Dios
Dios sigue parapetado en las mesas de novedades, ocupando los rinconcitos que le permite el divino (en términos de ventas) Ruiz Zafón. Bueno, Dios y también su negación: los libros de y sobre ateísmo se han convertido en un auténtico subgénero de la no-ficción de divulgación media. Los sociólogos se inclinan a creer que el creciente interés por estas cuestiones tiene que ver con los miedos líquidos de nuestro tiempo: desde la ansiedad ante las incertidumbres de los nuevos descubrimientos biotecnológicos, hasta los temores suscitados en Occidente por la sustitución del tradicional enemigo de la Guerra Fría por otro, mucho más temible, y de estrategias y contornos imprecisos que, además, se ha conseguido colar entre nosotros: lo que demuestra, siguiendo la distinción orteguiana, que a las ideas se las teme menos que a las creencias.
Las ansiedades han provocado, desde el punto de vista editorial, y simplificando mucho, varias respuestas cuantitativamente notables: en una primera fase, la proliferación de libros de "espiritualidad" de toda clase, algo que se pudo constatar de modo abrumador en las sucesivas ferias de Frankfurt, el principal escaparate del mercado mundial del libro.
En segundo lugar, la publicación de El código Da Vinci, un best-seller del que se vendieron más de 60 millones de ejemplares en sus primeros tres años de vida, vino a dar satisfacción en el terreno de la literatura popular a la extendida creencia en la teoría de la conspiración como motor de una historia que ya no explican los grandes relatos del pasado, al tiempo que ponía en solfa a personajes e instituciones fundamentales en el paisaje del "choque de civilizaciones". El Cristo de Dan Brown, más cercano al semidiós gnóstico que a la segunda persona de la Santísima Trinidad, inauguró un prolífico subgénero que ha proporcionado pingües beneficios a quienes supieron acertar en la estela del modelo, y ha confirmado, de paso, que lectura y cultura no constituyen siempre y necesariamente ese tranquilizador binomio que garantizan las campañas de fomento de la lectura.
Los últimos en llegar, quizás como previsible reacción en un mundo al que la religión ha regresado con fuerza desconocida desde la Ilustración, han sido los libros "ateos". La racha la abrió el Tratado de Ateología, del mediático filósofo "epicúreo" Michel Onfray, que en Francia se mantuvo varias semanas en la lista de más vendidos. Luego vinieron, apoyados por su éxito en Gran Bretaña y Estados Unidos, El espejismo de Dios, del biólogo Dawkins, y Dios no es bueno, del polemista Hitchens. Y todos los demás: dense una vuelta por cualquier buena librería y cuenten las obras en las que, con motivo o sin él, "Dios" o "ateísmo" aparecen en el título. Ayer mismo recibí los dos últimos: No ser Dios (Paidós), la "autobiografía a cuatro manos" de Gianni Vattimo (que, tras su reencuentro con Lenin sostiene que el pensamiento débil es pensamiento de los débiles) y ¿Dónde está Dios? (Ares y Mares), de Bart Ehrman, un libro riguroso que viene a formularse la misma pregunta que ya se hacía el viejo Job cuando le llovían las divinas ordalías.
Mañana se subastará en Londres (consultar bloomsburyauctions.com), una carta (escrita en Princeton el 3 de enero de 1954) de Albert Einstein al filósofo Eric Gutking en la que el científico (que en otras ocasiones no había sido tan claro) habla de su ateísmo sin ninguna ambigüedad: "la palabra Dios no es para mí más que la expresión y el producto de la debilidad humana". Ateos y creyentes necesitan engrosar las respectivas listas de sus "autoridades" en una competencia inane, de manera que la puja por la carta de Einstein -en la que, de paso, se refiere a su relación con el judaísmo- alcanzará probablemente cotas estratosféricas para una misiva de cuartilla y media escrita a mano. Pero el Zeitgeist es el Zeitgeist. Y en ésas estamos.
Babelia
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