Cara y cruz del 'funk'

Muchas veces, rematando un texto periodístico, intuimos que falta algo. Que los hechos, tal como nos los cuentan, no encajan. Pero urge cerrar la página y, vale, terminamos aceptando la narración oficial.
Algo así sentía cuando cubríamos la muerte de James Brown a finales de 2006: las exequias en diferentes ciudades, los codazos de las plañideras, la renuencia a enterrarle (sus restos reposan en una cripta improvisada, en la finca de una hija). Sabíamos que había discrepancias entre los deudos pero ignorábamos la intensidad de las turbulencias o sus motivos.
Ahora, se ha descubierto el pastel. No lo ha hecho la prensa musical, que se conformó con celebrar la (imponente, sin duda) aportación de James Brown a nuestra idea del ritmo. Ha sido G.Q., la revista para hombres, en su número de abril. El reportaje de Sean Flynn confirma lo que ya se susurraba en vida del cantante: que se llevaba fatal con hijos y ex esposas, que se comportaba como un tirano con sus empleados, que ejercía de libertino.
Efectivamente, James Brown funcionaba como una sex machine. Un fornicador poco sofisticado que, según su mayordomo, era sexagenario cuando descubrió que existían otras posturas, aparte de la del misionero. El deseo no se apagó en sus años crepusculares, aunque las enfermedades y las drogas le dejaron impotente. No se molestaba en seducir: sus subalternos se ocupaban de los preliminares.
Tanta actividad sexual tuvo el resultado previsible: sólo en EE UU se conocen 14 autoproclamados hijos de James Brown, aunque algunos sean dudosos (finalmente, se hizo una vasectomía). Entre los más estridentes está LaRhonda Pettit, una cuarentona que quiere montar un reality show: se juntarían los posibles retoños y, semanalmente, se haría la prueba del ADN a uno, para aclarar si su padre fue el cantante. Y habla totalmente en serio.
Lo podríamos llamar La casa del rencor. James desheredó a su prole en su testamento de 2000. Poco antes, dos hijas (reconocidas) le habían demandado exigiendo su porción de los derechos de autor de unas canciones que, como muestra de amor, había firmado con ellas. Indignado, renegó de sus vástagos y determinó que su herencia se repartiera entre sus nietos y niños pobres de Georgia y Carolina del Sur.
El resultado: un chaparrón de demandas judiciales, 30 abogados litigando por su legado en tres tribunales diferentes. Lo más probable es que, cuando todo se aclare, tras pagar gastos y facturas de leguleyos, quedaran migajas para repartir. Entonces, sí: ya podrán pensar en sepultarle y montar una versión funky de Graceland, la atracción turística para fieles de Elvis Presley.James Brown se llevaba fatal con su familia y era un tirano
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