Sangre fresca española en Milán
El Salón del Mueble se abre a las mejores propuestas de los estudios jóvenes
Si la imagen de un tipo bajito como español medio pasó a la historia, la preferencia por el esfuerzo individual se ha puesto en duda este año en Il Salone de Milán, la feria del mueble más influyente del mundo, abierta hasta el próximo lunes. El diseño español ha llegado a esta edición organizado y en grupo.
Diseñadores y empresarios han corrido nuevos riesgos
En esta ocasión los elegidos no han sido los famosos sino los jóvenes
Los autores nacionales se han atrevido a medirse con las ideas de sus colegas internacionales como un colectivo con denominación de origen. En Il Salone de Milán, cinco muestras del diseño que se hace en España revelan aire fresco, nuevas ideas, sentido de marca y, atención, iniciativa privada. Una parte merece aplauso. La promoción está, por una vez, bien hecha. En esta ocasión los elegidos no han sido los famosos, sino los jóvenes. Ellos, y sus ideas, por encima de sus productos, han tenido apoyo.
En la sede del Instituto Cervantes de Via Dante, la lámpara ZAS de Estudienblanc se viste y se desviste bajando y subiendo cremalleras para filtrar la luz. Hace sólo un año que José Aranda y Carlos Velasco montaron su estudio. Y la empresa Ona se ha lanzado a producir su luminaria. Con ellos exponen otros colectivos como los valencianos Nadadora o los catalanes Causas Externas, y diseñadores como Alberto Arza, a medio camino entre el diseño y el arte conceptual.
En Tortona, la zona bohemia del diseño milanés, que comenzó como sector contestatario y hoy forma parte del establishment más establecido, la apuesta española era triple.
De un lado, una nueva editora de muebles, Uno, decidía hacer su presentación precisamente en Milán. Con sillas y mesas firmadas por Fernando Salas, El Último Grito, Emiliana o Lagranja, esta empresa valenciana, capitaneada por Javier Mariscal, pone sobre la mesa un asunto nuevo en la industria española: la figura del design director, un director artístico que decide desde la línea de los productos hasta el grafismo de los catálogos. Ese personaje, tan habitual en Italia y Escandinavia, habla para nosotros tanto de futuro (la apuesta se extiende) como de pasado o atraso (¿cómo puede un mismo director artístico asesorar a dos empresas que compiten en el mismo ramo?).
Ese mismo problema, el de la concentración de cargos, podría ser el único reparo a otra muestra oportuna, bien montada y bien comisariada por Emiliana, Spain Playtime, organizada por el Instituto Español de Comercio Exterior (Icex) en Milán y que puede verse en el hotel Nhow en Via Tortona. Que los propios diseñadores hagan a su vez montaje, comisariado y estén incluidos como parte de la muestra habla o de inocencia o de pobreza de medios o de algo incluso más pobre.
Si el diseño quiere que se lo tome en serio él mismo debe empezar a hacerlo, y un primer paso podría ser ese tan elemental: evitar ser a la vez juez y parte.
En Milán había otro tipo de estrategias. Bajo el epígrafe BCN exponían conjuntamente las empresas BD, Nani Marquina y Camper, tal vez para comprobar si la marca Barcelona sigue vendiendo, porque lo cierto es que Camper es mallorquina. Otro intento de denominación de origen: Abecedario Madrid no proponía nada nuevo. Pero la presencia de autores españoles en los pabellones de casas míticas permitía ver no ya un futuro, sino un presente: Martín Ruiz de Azúa mostraba una valla con el grupo Droog Design en la Fondazione Antonio Mazzotta y demostraba que los de Droog, los sabuesos holandeses del diseño más revolucionario, miran con atención lo que sucede en España.
Entre los establecidos Lievore, Altherr y Molina tenían a sus incombustibles sillas en Arper y los jóvenes de Lagranja habían colocado una nueva butaca en Thonet.
Milán pone a todo el mundo en su sitio. Este año diseñadores y empresarios españoles han corrido nuevos riesgos. Y lo han hecho en equipo. De seguir así ni bajitos, ni individualistas ni envidiosos. Con el nuevo diseño español podríamos cambiar todos.
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