Europa ante la crisis estadounidense
La opinión pública europea es consciente desde hace ya mucho de que Estados Unidos, tras la crisis de las hipotecas de alto riesgo (subprime), la caída del dólar, el descomunal déficit externo, el aumento del desempleo y la desconfianza reinante incluso entre los agentes económicos, está a punto de entrar en plena recesión. Economistas, banqueros -y algunos políticos- para no alarmar a clientes y electores, prefieren no usar la palabra recesión. Hablan así de "desaceleración gravísima", lo que viene a ser lo mismo. Alan Greenspan que, desde que abandonó su cargo de presidente de la Reserva Federal habla sin pelos en la lengua, define la situación actual como "la más grave crisis desde la II Guerra Mundial". Y lo es. ¡No nos cabía la menor duda!
El péndulo gira hacia la izquierda en América y Europa, no hacia el centro
Las Bolsas europeas y asiáticas empiezan a resentirse gravemente. Y no es preciso ser profeta para prever que, a pesar de la subida del euro, la recesión, afortunadamente menos grave que la americana, va a llegar también a la Unión Europea. Con el precio del petróleo por encima de los 110 dólares por barril, el aumento en espiral del precio de los cereales y el acaparamiento de oro y de otros minerales preciosos, parece inevitable que así suceda. La compra del Bear Stears, en plena debacle, por el banco JPMorgan fue una señal que hizo estremecerse a las Bolsas de todo el mundo, y el Fondo Monetario Internacional (FMI), con el atraso que le caracteriza, vino a reconocer que "la situación es mucho más seria y global de lo que parecía". ¿De lo que le parecía a quién? Sólo a los distraídos o a quienes querían echarnos arena a los ojos.
Los países de la UE no van bien, hay que admitirlo. Dominan el descontento y la crispación, el coste de la vida va subiendo y el desempleo no deja de crecer, al igual que la falta de un rumbo claro y el impasse institucional que, a pesar de que el Tratado de Lisboa haya sido suscrito por los 27 Estados miembros, no está aún resuelto. Hay ratificaciones que se prevén bastante problemáticas. Ya veremos.
Pero no sólo ha habido malas noticias en los últimos tiempos. Las dos últimas elecciones europeas -en España (legislativas) y en Francia (municipales)- resultaron francamente bien para la izquierda. Y esto representa para la Unión una señal de gran importancia política: los electores parecen querer cambiar de rumbo. Como portugués, ibérico y europeo, respiré con alivio, lo confieso, cuando el domingo 9 de marzo pude ver en TVE que el PSOE y Rodríguez Zapatero habían ganado las elecciones y habían subido significativamente, a pesar del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, de que la economía empiece a dar señales de un cierto malestar y, sobre todo, de la descarada campaña a favor del PP de la Iglesia católica española -tal vez la más reaccionaria de Europa-. La Iglesia bajó a la calle, lo que en un país laico representa un precedente gravísimo e intolerable, y se permitió promover una campaña agresiva que hizo recordar los ominosos tiempos de su lucha contra la II República y la cruenta Guerra Civil. En un momento además en el que ETA, perdiendo por completo la cabeza, se convertía infelizmente a la política del "cuanto peor, mejor", lo que supuso no ya un yerro sino un crimen.
A todo ello resistió Zapatero con su equilibrio, serenidad, inteligencia política, valor y sentido de los consensos necesarios para una España plural. No queda más remedio que quitarse el sombrero y darle la enhorabuena, teniendo en cuenta, sobre todo, que la masiva participación del electorado español dio a Europa una gran lección de madurez cívica.
Los próximos cuatro años no van ser fáciles ni para España, ni para Europa, ni para el mundo. Pero hay un viento de renovación -y de ruptura con las políticas del pasado- que, así lo espero, comenzará a llegar desde América, con las presidenciales de noviembre. Y la opinión europea está dando signos de empezar a comprender que están a punto de soplar vientos de cambio.
Ése ha sido también el caso de las elecciones municipales francesas. El voto del electorado francés ha supuesto un clarísimo aviso para el errático y exhibicionista presidente francés, Nicolas Sarkozy. Francia, con su espíritu cartesiano, no acepta de buen grado el irracionalismo y la inconsecuencia mundana de su presidente. La victoria otorgada a la izquierda socialista abre la puerta para la renovación del viejo partido de Léon Blum y de François Mitterrand, que deberá tener lugar ya en su próximo congreso.
La derrota del centrista François Bayrou -que es un político abierto y serio- demuestra que el momento no es propicio para el centrismo. El péndulo político ha oscilado en exceso hacia la derecha, tanto en América como en Europa, y es tiempo ahora de que gire hacia la izquierda. No al centro. Walter Veltroni, el antiguo líder socialista italiano que ha formado el movimiento centrista, debería tener cuidado. No vaya a ser que, con su oportunismo centrista, abra la puerta a la derecha y entregue de nuevo el poder a Berlusconi.
Por otra parte, fue de ese equilibrio de lo que se percató el primer ministro francés, Fran-çois Fillon, incomparablemente más sagaz que Sarkozy, al señalar, después de las elecciones, que "es preciso proseguir con las reformas e incluso acelerarlas". Pero en el actual contexto francés, tan complejo -y con el presidente que tienen-, ¿será posible hacerlo?
Mário Soares es ex presidente y ex primer ministro de Portugal. Traducción de Carlos Gumpert.
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