Puños de hierro para Fernández
Piqueteros y camioneros actúan como grupos de choque de la líder argentina contra los agricultores
La violencia política sigue siendo una forma usual de afrontar los conflictos en Argentina. En el pulso que mantienen el Gobierno y los productores agropecuarios desde que, hace 15 días, el Ejecutivo decidió aumentar los impuestos a las exportaciones, la presidenta Cristina Fernández ha recibido el apoyo -explícitamente aceptado desde su Gobierno- de dos grupos que han utilizado la fuerza, con un perfecto reparto de papeles, para neutralizar la protesta: los piqueteros en la capital y los camioneros en el resto del país.
"Lo único que me mueve es el odio contra la puta oligarquía. No tengo problemas en matarlos a todos". Quien así se expresaba ayer es Luis D'Elía, líder piquetero y desde hace tres días máximo defensor en la calle de la presidenta Fernández. A palos y puñetazos, algunos de los cuales ha propinado él en persona, sus hombres han desalojado de la histórica Plaza de Mayo a los manifestantes que expresan su rechazo a la presidencia.
Con camisa negra y entonando la marcha peronista, D'Elía tomó la plaza
La plaza es un símbolo, pero la huelga real está en las decenas de bloqueos en las carreteras de todo el país. Para desmantelarlos, Fernández se apoya en Hugo Moyano, líder camionero de la peronista Confederación General del Trabajo (CGT). Tras varias advertencias, finalmente, ayer se vivieron momentos de miedo en Córdoba, en el centro del país, cuando algunos camiones embistieron contra las barricadas.
D'Elía es un viejo conocido de la administración de los Kirchner, a pesar de que sus actuaciones han colocado en apuros al Gobierno en algunas ocasiones. Como cuando en 2004 ordenó el asalto de una comisaría en el barrio de La Boca después de la muerte de uno de sus hombres. D'Elía es ex funcionario del Gobierno y comanda la Federación de la Tierra y Vivienda (FTV), un grupo piquetero leal al matrimonio presidencial. De hecho, estaba en la Casa Rosada cuando la presidenta pronunció el discurso que desató las protestas en la noche del martes.
Cuando miles de personas comenzaron a congregarse en la Plaza de Mayo protestando con cacerolas contra la presidenta, D'Elía tuvo muy claro lo que había que hacer. "Hay que sacar a esos fachas de la plaza", ordenó. En apenas una hora, cientos de militantes de la FTV con palos y banderas se dirigían al lugar. Por el camino varias personas resultaron agredidas. Como Jorge Fontevecchia, editor del diario opositor Perfil, quien fue golpeado y amenazado de muerte. Fontevecchia fue perseguido por la dictadura militar y estuvo desaparecido. "Mientras no dejen secuelas físicas, los machucones recibidos pueden terminar siendo hasta condecoraciones para un periodista", comentaba ayer el editor a este periódico. "Mi tristeza viene de comprobar el poco respeto democrático que tienen algunos partidarios del Gobierno", añadió.
La policía desapareció de la Plaza y los piqueteros dispersaron a unos asustados manifestantes que huían como podían. Con su camisa negra abierta y entonando la Marcha Peronista, D'Elía tomó la plaza. Y repitió la operación la siguiente noche. La otra pata ciudadana en la que se ha apoyado Fernández durante la crisis es Hugo Moyano. Un experimentado líder con más de dos décadas al frente del sindicato más poderoso de Argentina (peronista, naturalmente), cuyo apoyo al Gobierno en esta crisis le va a garantizar una nueva reelección el próximo otoño. Moyano ha colocado a su hijo Pablo al frente de la sección sindical de camioneros. También ha colocado al Gobierno en situaciones incómodas, como cuando durante el traslado del cadáver de Perón en 2006, el chófer de su hijo se lió a tiros en su choque entre peronistas. Pero su eficacia es incontestable. Días antes de que el ministro de Justicia, Aníbal Fernández, advirtiera que actuaría contra quienes cortaran las carreteras, Moyano ya había movilizado a sus hombres para impedir algunos bloqueos estratégicos.
La presidenta ofrece diálogo
Las cacerolas recibieron anoche el discurso de la presidenta argentina, Cristina Fernández, en el que aceptó dialogar con el sector agropecuario siempre que se levante la huelga que paraliza al país desde hace 15 días. Después de escucharla, el campo decidió mantener la huelga indefinida.
Mientras Fernández era arropada por los suyos en el norte de la capital, comerciantes del gran Buenos Aires se llevaban la mercadería a casa por temor a los saqueos. Los primeros brotaron anoche en San Justo. Nueve personas fueron detenidas.
"Humildemente les pido que levanten el paro para negociar", dijo en un discurso seguido en todo el país. En los bloqueos los huelguistas se arremolinaron en torno a altavoces instalados en los vehículos. Pero a medida que transcurría la hora de duración del discurso de Fernández, los gestos de desaprobación eran cada vez más evidentes. En medio de las habituales acusaciones de connivencia con la dictadura a sus opositores y descalificaciones a la prensa -"escribirían cosas más interesantes si no escribieran lo que les dicen sus jefes"-, la presidenta justificó la subida a las retenciones.
Fernández acusó a los protagonistas de los cacerolazos de no tener nada que ver con el conflicto, aunque ella misma se rodeó en el acto -organizado por su marido el ex presidente Néstor Kirchner- de grupos que tampoco tienen nada que ver con la pugna, como las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo.
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