Plácido barroco
De desembarco barroco en Madrid se puede hablar, con las representaciones de Tamerlano, de Händel, en el Real desde el miércoles, con Plácido Domingo de padrino de excepción, y Bajazet, de Vivaldi, escuchada ayer en versión de concierto con Fabio Biondi de maestro de ceremonias. Las dos óperas versan sobre el mismo tema y tienen idénticos personajes. La ópera barroca se impone y eso, mal que les pese a algunos, es un signo de normalización en la actividad de un teatro, pues el mundo lírico tiene ya cuatro siglos a sus espaldas y cada época, cada estilo, debe tener su oportunidad. Es cuestión de equilibrio.
La estrella, en cualquier caso, de esta oleada se llama Plácido Domingo. Haga lo que haga, cante lo que cante, se convierte en el foco de atención. Cuando, hace ya unos añitos, comenzó su travesía wagneriana se armó un revuelo considerable. Ahora es indiscutible en ese repertorio hasta en el mismísimo Bayreuth. Hace un par de años asistió allí de incógnito a una representación de La walkyria, y al ser descubierto en la sala recibió la mayor ovación de la noche. Fue precisamente en uno de los intermedios de aquella representación cuando hablé con él por primera vez de Tamerlano. Lo tenía muy claro. Su intención era terminar su apabullante carrera incorporando tres nuevos personajes. El de Händel era el primero. Después será el turno de El retorno de Ulises a la patria, de Monteverdi, y, para concluir, Simon Boccanegra, de Verdi, en el papel de barítono. Reconozco que no me sorprendió. Domingo se conoce muy bien a sí mismo y sabe lo que puede cantar mejor en cada momento. El barroco era quizás su única asignatura pendiente, y Verdi es uno de sus grandes amores, del que ha grabado toda su obra para tenor. En cuanto al estilo barroco, era cuestión de estudio. Domingo se puso el traje de la humildad y empezó a trabajar sin descanso en una demostración de responsabilidad.
Tamerlano
De Händel. Con Plácido Domingo, Monica Bacelli, Ingela Bohlin, Sara Mingardo y Jennifer Holloway. Prod. del Maggio Musicale Fiorentino. Dir. musical: Paul McCreesh. Dir. de escena: Graham Vick. Teatro Real, 26 de marzo.
El Real, que se ha apuntado el tanto del estreno, ha puesto alrededor de Domingo un elenco de especialistas. En primer lugar, Paul McCreesh, al frente de una Sinfónica de Madrid, reforzada en el continuo por Benjamín Bayl y Joseph McHardy al clave, por Christopher Buckling al violonchelo y por Jorgen Skogmo a la tiorba. La orquesta sonó bien, aunque con un punto de languidez en el primer acto. Con una lectura más contemplativa y camerística que teatral, pero con despliegue de matices y sobre todo estimulando la creación precisa y poética de una atmósfera barroca. A las voces hubo que irse adaptando, especialmente en el caso de Monica Bacelli, de escaso volumen, pero también a la de la exquisita Sara Mingardo e incluso a la más incisiva de Ingela Bohlin. Las apariciones de Plácido Domingo añadían un punto de fuerza, de temperamento, y el conjunto se beneficiaba de ello. La gran Leonie Rysanek se lamentaba en cierta ocasión de la falta de "personalidades indiscutibles" en el mundo de la lírica actual. Domingo es una de las escasas excepciones. Su presencia en escena lo cambia todo. Y se produce la paradoja de que debiendo ser en Tamerlano el invitado por su falta de práctica de este repertorio se convierte en el anfitrión. Vivir para ver, y para asombrarse.
Tengo a Graham Vick como uno de los directores de escena más interesantes del mundo anglosajón. Sus trabajos en Birmingham o el interrumpido Anillo wagneriano de Lisboa son investigaciones profundas en el tratamiento espacial y en el juego participativo-conceptual. Tamerlano es una de las puestas en escena más previsibles que yo recuerdo de él. Se deja ver estéticamente con agrado y tiene oficio, pero su peso dramatúrgico es limitado y no alcanza el punto de genialidad de sus propuestas más osadas. Lo cual no quita que sea una puesta en escena al menos atractiva.
Babelia
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