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Irak, cinco años en guerra

El despliegue militar es insuficiente para frenar la violencia sectaria

La falta de consenso entre las fuerzas políticas iraquíes lastra la reconstrucción

Ángeles Espinosa

Los soldados que controlan el acceso a la calle Yarmuk han colocado tiestos con flores sobre las defensas de hormigón que les protegen. Todo un símbolo de la nueva situación. Hace un año esa céntrica calle del oeste de Bagdad era escenario de enfrentamientos diarios con los insurgentes y constituía una frontera física entre el territorio de los radicales suníes y el área bajo control gubernamental. Pero a falta de una reconciliación política entre los iraquíes, los avances militares no logran derribar las fronteras psicológicas ni garantizan que arraigue la seguridad.

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"Ha habido un descenso de la violencia estadística", admite un embajador europeo a punto de cumplir tres años en Irak. No obstante, la falta de un consenso entre las fuerzas políticas sigue lastrando la reconstrucción del Estado (la policía sigue siendo un desastre, el poder judicial es caótico). A decir de los observadores, la reducción de los atentados es más fruto de las barreras físicas que dificultan el movimiento de los terroristas que de un verdadero cambio en las condiciones objetivas del país. Apuntan también al agotamiento de la población. Se percibe un creciente hastío hacia la violencia incluso por quienes inicialmente condonaban cierto tipo de acciones.

"Es cierto que donde hay más tropas, hay menos violencia", admite Joost Hiltermann, del International Crisis Group (ICG). Y en Bagdad el despliegue resulta visible. Los estadounidenses han intensificado sus patrullas y, a los vehículos Humvees, han sumado los imponentes Striker, a prueba de bombas camufladas. Además, las principales avenidas están salpicadas de puestos de control iraquíes. Tampoco se oyen ya las explosiones y tableteo de armas automáticas que unos meses atrás constituían la música de fondo de la ciudad. En algunos barrios, como Karrada o Mansur, hasta se ha recuperado una cierta normalidad vital.

Sin duda que la capital iraquí es bastante más segura hoy que hace un año. Pero más segura no es lo mismo que segura, como lo han probado los atentados suicidas que se han producido desde febrero. Además, Bagdad no es Irak. Por un lado, la extensión de la presencia militar a los feudos insurgentes de Al Anbar y Diyala ha desplazado a los rebeldes hacia el norte y ahora es la provincia de Nínive la que sufre su acoso. Por otro, en el sur, se está gestando un nuevo conflicto, esta vez entre los chiíes.

Los observadores recelan de la alianza de conveniencia de los estadounidenses con las tribus que hasta hace cuatro días les combatían. "Me parece muy peligroso armar a las tribus suníes contra Al Qaeda", confía el embajador. "¿De verdad estamos seguros de que de la noche a la mañana ha desaparecido la insurgencia? Incluso si fuera así ¿qué va a pasar después?". El interlocutor teme que se esté repitiendo el error de Afganistán, donde en los años ochenta se armó a los muyahidin contra los soviéticos y luego surgieron los talibanes.

El problema es determinar quién es el enemigo. En Irak, EE UU afronta un panorama complejo. Al menos tres ideologías distintas se oponen a su presencia en el país. Por un lado, está el fundamentalismo salafista que inspira Al Qaeda; por otro, el ultranacionalismo árabe de los baazistas desplazados del poder, y finalmente, el revolucionarismo chií que, en los seguidores de Múqtada al Sáder, tiene una importante componente patriótica y nacionalista. De ahí que cualquier alianza con alguno de ellos, sólo pueda ser coyuntural.

"No es el fin del problema", concurre Hiltermann en referencia a los Consejos del Despertar que se han formado en Al Anbar y ahora se intentan extender a otras provincias. En su opinión, la violencia es la consecuencia de que Irak se haya convertido en un Estado fallido y no al revés. El último informe del ICG sobre Irak insiste precisamente en "la gran fragilidad intracomunitaria, la parcialidad gubernamental y la fractura del Estado".

La preocupación se amplía ahora al sur. Las dos principales fuerzas chiíes, el Consejo Islámico Supremo de Abdulaziz al Hakim y el Movimiento Sadrista, están tomando posiciones para ver quién logra hacerse con el control de Basora, el centro de la principal región petrolera del país. Ambos grupos cuentan con sendas milicias, la Organización Báder y el Ejército del Mahdi, cuya rivalidad ha permanecido apenas soterrada. Dado el peso demográfico de los chiíes (al menos el 60% de la población), del acomodo que alcancen depende en buena medida el futuro de Irak.

Un grupo de suníes armados escolta a un dirigente tribal hasta la mezquita de Abu Hanifa, en Bagdad.
Un grupo de suníes armados escolta a un dirigente tribal hasta la mezquita de Abu Hanifa, en Bagdad.AFP

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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