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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Doctor Extraño Amor

Cuando usted recibe en su correo electrónico ofertas para obtener Viagra a buen precio y se cabrea por la intrusión, en especial si, al ser usted mujer, maldita la falta que le hace una erección de seis horas; pero aun en el caso de que usted pertenezca al sexo masculino, es posible que la propuesta no le llegue en el momento adecuado y que la considere, además, de mal gusto.

Son ustedes afortunados. Los hay que van a recibir su dosis en el desayuno y van a utilizarla para matar más y mejor, y además, sin esfuerzo. Y además, gratis.

El cine ha dado buenos retratos de científicos perversos, algunos empeñados en alcanzar el milagro de la obtención de la vida vía monstruo como el doctor Frankenstein, otros dedicados a crear asesinos que obedezcan ciegamente las órdenes del poder. La vida real superó al cine, como han demostrado la clonación y la CIA, respectivamente. Pero hay que ser especialmente perverso para utilizar para el exterminio un medicamento como el Viagra, inventado para obtener el placer del sexo y el placer del dinero al vender el placer del sexo; ambas ocupaciones, en principio, inocentes. Ni siquiera al Stanley Kubrick de Teléfono rojo, o, mejor dicho, a su Dr. Strangelove, se le ocurrió atracarse a dosis masivas de potenciadores de erecciones para amar a la bomba tal como nos contó que aprendió a hacerlo.

"Los dos pilotos están en el aire y ereccionan 'top gun' de la muerte"

Existe un hombre al que también podríamos llamar doctor Extraño Amor, aunque su nombre es Yehezkiel Ken. Es médico y también coronel en la reserva, y dirige el hospital Herzog en Jerusalén. Está asimismo a cargo de una investigación que ha permitido comprobar que los alpinistas mejoran su marca en altitud cuando consumen un derivado viagreño que les permite superar la fatiga que produce la disminución de oxígeno. Ergo, o pues, o ¡eureka!, gritó el científico implacable en la laboriosidad de su laboratorio. Aplicado el producto a los pilotos del Ejército israelí, ¡les permitiría mejorar sus actuaciones en vuelo! Que son las que son, evítenme la minuciosidad del recuerdo -Líbano, Siria, Irak, Gaza- y de la premonición, los mismos nombres con el posible añadido de Irán.

Así que el doctor Ken -que es también coronel en la reserva-, al frente de un equipo de científicos, realizó una serie de experimentos -no quiero ni imaginarme la de ofrecimientos patrióticos que debieron de llegarle para el casting- que le llevaron a la siguiente conclusión: "La experiencia ha permitido probar que la presión sanguínea en los pulmones aumenta en los sujetos que toman un derivado de Viagra, en relación con quienes no lo consumen". La medicina militar encuentra fascinante se¬¬mejante descubrimiento. Yupi.

Tenemos a un par de pilotos en el aire, sobrevolan¬¬do píamente el territorio enemigo, encerrados en un pequeño aparato ultraligero, guiados desde el centro de operaciones y con un dedo en el botón de lanzar proyectiles, un dedo como aquel con el que Dios toca a Adán una sola vez, pero eso ocurrió en otro cielo, en el de la Capilla Sixtina. En el cielo presente, pese el cansancio, los chicos oprimen el botón tanto como pueden y no precisamente para dar vida. Pero no es bastante. Nunca es suficiente. Hay que lanzar más bombas, muchachos. ¿Vitaminas? No, tensión. Retomemos, pues, a esos dos pilotos tras la ingesta del producto de marras. Están en el aire y ereccionan top gun de la muerte. Atados por correas al asiento, los sujetos más sujetos que nunca no pueden meterse mano mutuamente. Téngase presente también que los trajes con que han sido agraciados tampoco permiten tocamientos onánicos. ¿Cómo entretenerse o desahogarse? El botón, maldita sea. La muerte pequeña, llamó alguien al orgasmo. Bueno, el doctor Ken Extraño Amor va a conseguir la muerte grande y ajena.

La noticia apareció por primera vez en el semanario del Ejército israelí Ba Mahahné y fue reproducido por agencias. No mereció grandes alardes de los medios occidentales. Debe de ser porque nos parece normal. Ningún motivo para el escándalo. No más espacio que el que merece una noticia pintoresca.

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