Del jamonazo al oro de la estatuilla
De la misma forma que experimentamos curiosidad por saber qué siente un forastero cuando lo paseamos por las calles queridas de nuestra ciudad, hay una cierta envidia por el disfrute inocente que obtendrán los espectadores americanos de Javier Bardem. Bardem sin detalles biográficos, sólo como un actor que a fuerza de talento natural y trabajo concienzudo se ha colocado en una posición que le está permitiendo y le permitirá hacer esos papeles con los que sueñan todos. Porque Bardem, el pequeño de los Bardem, es para nosotros, por apellido y por méritos propios, un rostro unido a ese cine español del que de vez en cuando conviene recordar momentos gloriosos.
Ahora parece que estaba todo claro desde el principio, pero no. El chico Bardem podría haber sido deportista o dibujante o qué sé yo, pero en algún momento de su primera juventud pudo más la tradición familiar, que en el mundo de los cómicos está hecha de granito, y decidió seguir los pasos de sus abuelos, Rafael y Matilde, actores de carácter, y los de su madre, hoy situada entre las actrices a las que la profesión otorga el derecho a llevar el artículo antes del apellido, la Bardem, que para los cómicos supone más que un marquesado.
Descarado y carnal
Ahora, cuando vemos la foto de ese hombre atractivo en el que se ha convertido Javier, parece que todos hubiéramos sabido que el muchacho descarado y carnal de Jamón, jamón tuviera ya el éxito grabado en el rostro, pero no, en la vida del actor, en la vida de cualquiera, han de confluir talento y suerte, y resultó que la fuerza aún sin pulir de un jovencísimo Bardem fue a chocar milagrosamente con la perspicacia de un director, Bigas Luna, que supo ver en él una especie de héroe popular, un De Niro a la española, que en vez de rondar las malas calles de Nueva York paseara su chulería por el desierto de Los Monegros.
Es lógico que luego salieran huyendo de ese estereotipo de macho hispano, pero una de las imágenes publicitarias más chocantes que yo he visto ha sido la del cartel iluminado de Huevos de oro, en el centro de París, con la lluvia cayendo sobre ese especulador hortera que se agarraba sus atributos con una mano. Bigas Luna lo puso ahí, en primer plano, primero como el chuleta que perseguía a Penélope Cruz y le soltaba aquel mítico, ¡Jamona!, y luego como cachondo estereotipo de un macho en decadencia.
Su ímpetu interpretativo quedó a la vista de todos, pero hay que atribuirle un mérito más, la intuición de saber conducir su carrera por terrenos siempre interesantes, una línea muy fina de la que depende, en muchas ocasiones, que una trayectoria crezca o se vea malograda. Ajeno al miedo que algunos actores tienen a la composición de personajes, Bardem se dejó atrapar hasta el agotamiento por lo que cada historia le requería y durante estos años hemos visto no a un Bardem sino a una docena: el yonqui de Días contados, el Ramón de Mar adentro, el paralítico de Carne trémula, el parado de Los lunes al sol, el tipo indescriptible de Perdita Durango o ese otro tan especial y emocionante para mí, por la línea que le une con la literatura, que es su Reynaldo Arenas, en el que puso tanta vocación, que quien conoció al escritor cubano asegura que la recreación de Arenas es tan precisa que da miedo.
Ahora, con esta interpretación del asesino descerebrado de No es país para viejos, se le han abierto definitivamente las puertas del cine americano. Nosotros lo vimos antes. Pero no fue mérito nuestro, sino suyo, suyo y de los directores que supieron ver el diamante en bruto, suyo y de su madre, suyo y de sus abuelos; el mérito compartido de un muchacho que se lo trabajó salvajemente. Veo ahora esas imágenes en las que blandiendo el Oscar recuerda con emoción ese apellido que sólo el trabajo ha aristocratizado, contemplo al hombre maduro y atractivo que el tiempo ha hecho y siento la alegría que compartimos todos los admiradores que le vimos crecer como actor en este país pequeño al otro lado del charco. Y cuando finalmente dedica su premio a ese país, a España, pienso que es una forma de dar a entender a muchos que el amor a tu país no es patrimonio de nadie.
Una trayectoria en imágenes
- No es país para viejos, dirigida por los hermanos Joel y Ethan Coen
- Jamón, jamón, de Bigas Luna
- Los lunes al sol, de Fernando León de Aranoa
- Perdita Durango, de Álex de la Iglesia
- Mar adentro, de Alejandro Amenábar
- Los fantasmas de Goya, de Milos Forman (de arriba abajo, y de izquierda a derecha)
Babelia
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