La pasión de la ruptura
Al cabo de medio siglo, la decisión con la que críticos como Bataille, Barthes o Blanchot tomaron alguna vez la defensa del nouveau roman se ha convertido en indiferencia, cuando no en abierto desprecio. La obsesión renovadora que animó la obra de Alain Robbe-Grillet, como también la de Natalie Sarraute, Michel Butor o Claude Simon, ha pasado a formar parte de una época que hoy sólo parece juzgarse por sus excesos. Es verdad que, al amparo de experimentos como el nouveau roman, entre otros, los lectores y espectadores se flagelaron en torno a los años sesenta del pasado siglo con libros y películas de ampulosa vaciedad, que caían con frecuencia en el ridículo. Pero la constatación de que en aquellos años no siempre se llegó a establecer un criterio solvente para distinguir entre una obra renovadora y una ocurrencia pretenciosa, entre una auténtica creación artística y un simple engendro, no debería ser excusa para despreciar sin matices y, sobre todo, sin explicaciones, la producción literaria del nouveau roman.
Los autores como Robbe-Grillet intentaron con mejor o peor fortuna dar continuidad a lo que Octavio Paz llamó "la otra tradición", una reiteración de las tentativas de renovación a las que, en el terreno de la novela, ya habían hecho su contribución Proust, Joyce, Faulkner o Kafka. El nouveau roman no pretendía situarse en la genealogía de los escritores que prolongan el canon de la novela establecido en el siglo XIX, sino en la línea de esa otra tradición, que lo subvierte.
De esta manera, cada uno de los principios que proclamaban los autores del nouveau roman, cada una de las limitaciones que se autoimponían -Robbe-Grillet, por ejemplo, se vetaba el uso de verbos que expresaran opinión o sentimiento, lo mismo que los adjetivos de valor-, tenían como causa última la voluntad de contradecir un recurso habitual de la novela decimonónica. Tiempo, espacio, trama, personajes: cada elemento narrativo tenía que encontrar puntualmente su negación en las obras del nouveau roman.
El tiempo decantará las novelas escritas bajo el empuje de aquella pasión de ruptura que animó a Robbe-Grillet, como al resto de los escritores que se dejaron arrastrar por ella. Entre tanto, algunas dosis del clima literario que contribuyeron a crear es lo que tal vez faltaría en estos tiempos. Es decir, autores guiados por la ambición de descubrir nuevos territorios para la ficción y críticos que, como dijo Susan Sontag, una atenta lectora del nouveau roman, se impusieran la tarea de explicar lo raro y excepcional.
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