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Un déspota protegido por París

Las ONG han acreditado tantas violaciones de derechos humanos que Idriss Déby (Fada, 1952) se ha ganado un puesto de honor entre los peores sátrapas africanos. Pero Déby ha tenido siempre un amigo poderoso que le ha ahorrado muchos quebraderos de cabeza: París. Ahora ni siquiera esta amistad, debilitada tras la crisis de El Arca de Zoé, parece servirle para mantenerse en la presidencia que conquistó por las armas en 1990.

Monsieur Déby se formó como militar en la Escuela de Guerra de París y practicó lo aprendido haciéndole el trabajo sucio a su sanguinario predecesor, Hissène Habré, al que Human Rights Watch bautizó como Pinochet africano. Al final, el general rompió con su patrón y huyó a Darfur, donde preparó con sus hermanos zaghawas -una tribu que vive en la frontera entre Chad y Sudán, hoy levantada en armas contra Jartum- la toma del poder. De allí partió con sus columnas guerrilleras y tomó Yamena en diciembre de 1990. La historia parece repetirse ahora como la farsa de la que hablaba Marx: Déby es la víctima de las columnas que han llegado también del este a velocidad de crucero sin toparse con nadie dispuesto a dejar la piel por el sátrapa.

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Tras conquistar el poder, Déby fue elegido presidente reiteradamente en elecciones que nunca han superado los más elementales estándares democráticos. Y ha convertido el país en su finca particular, en la que Francia ha hecho tradicionalmente lo que ha querido. "Sin los soldados franceses, el régimen se derrumbaría al instante", alardeaban no pocos franceses. Lo que no se sabía es que incluso con los soldados franceses el régimen podía derrumbarse en apenas cuatro días.

Las relaciones entre Yamena y París no pasaban sin embargo por su mejor momento desde que en otoño estalló la crisis de El Arca de Zoé. Déby dejó hacer a la ONG y detuvo a sus miembros justo antes de partir con los niños a bordo. Luego aprovechó el episodio para convertirse en martillo del colonialismo y levantarle por primera vez la voz a París. El presidente había abierto antes las puertas a China, a la que cedió la explotación del petróleo, y se sentía fuerte: tenía ya dos mentores. No está claro que tanta audacia le haya servido para algo.

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