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Columna
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Derrumbe

Tenía previsto dedicar la columna de hoy a un asunto cultural, pero, precisamente cuando volvía a casa para iniciar su escritura, me he topado en la calle con una caravana de coches de protesta, dando bocinazos y evidenciando a través de su potente megafonía que el conflicto de Osakidetza sigue, como una herida, abierto. Ese encuentro ha cambiado el rumbo de este artículo, porque inmediatamente en mi cabeza a ese estruendo se le ha juntado otro: el de la rebosante loa que de nuestro sistema sanitario hizo el otro día en Erandio el lehendakari. Dijo Ibarretxe que se siente muy orgulloso de Osakidetza, y además con razón, porque no sólo es un referente internacional, sino que, además, es el mejor sistema sanitario que hemos tenido en nuestra historia.

Asistimos a un flagrante resquebrajarse y arruinarse de nuestro bienestar social, que el Gobierno vasco no atiende

Si a estos elogios les pones la banda sonora de los bocinazos, enseguida te das cuenta de que algo no va, de que entre los dichos político-laudatorios y los actos de protesta del personal sanitario hay más que un trecho, una contradicción y, por seguir con el vocabulario ambiente, una dolencia. Como hay dolencia en intentar, como se hace sistemáticamente desde Lakua, justificar cualquier cosa por comparación con lo ajeno y no por inmersión en lo propio, en el análisis veraz de las situaciones reales. Porque no se trata de si tenemos o no un sistema sanitario mejor que el de medio mundo (sólo faltaba), o que el de hace medio siglo, sino de si tenemos el mejor sistema sanitario que podemos permitirnos con nuestro nivel de renta y, sobre todo, si tenemos el sistema sanitario que necesitamos. Y la obvia respuesta es que no.

Ya es un lugar común afirmar que entre la clase política y la ciudadanía hay una factura cada vez más grave, un foso cada vez más profundo.

Y es en momentos como éste, cuando nos encontramos en el vecindario de una crisis (no sabemos aún si estamos en la calle o ya en el patio del asunto, pero el edificio de la crisis lo vemos y sentimos con claridad), cuando esa distancia entre los ciudadanos y los dirigentes se vuelve no sólo más significativa sino más dramática.

La cinta inaugural de 2008 la cortó el lehendakari con una tijera-discurso de oro. Nos retrató una Euskadi de fábula, donde, si no se atan más perros con longaniza, es por falta de "decisión", no de embutido. Pero la realidad es que, mientras él habla en el aire, muchos ciudadanos vascos terrestres se aprietan más y más el cinturón, y compran menos pan, menos leche, menos huevos y menos de todo.

Y contemplan con estupefacción u horror cómo, a pesar de vivir en las alturas del desarrollo humano, en la bajura de la vida cotidiana, darles simplemente de comer verdura o fruta fresca a sus hijos se está convirtiendo en tarea imposible, que ahora mismo es más caro comprarles una manzana o un tomate que un juguete (sobre todo si los primeros han sido producidos sensata y ecológicamente y el segundo en algún país oriental, bajo mínimos sociales); es decir, que contar en la teoría con el sistema sanitario más loado del mundo global, no impide que en la práctica el consumo de salud y con salud se aleje cada vez de las posibilidades reales de su bolsillo.

Y con ésa otras muchas posibilidades, en un flagrante resquebrajarse y arruinarse de nuestro bienestar social, que el Gobierno vasco no atiende, distrayendo como está ahora mismo con otro derrumbe.

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