Un referente en nutrición
El doctor Bengoa ha trabajado por mejorar la alimentación desde un dispensario rural en Venezuela a la sede de la OMS
"Aquellos años en Sanare [Venezuela], donde atendí a gentes que vivían como en el siglo XVII, pero que eran extraordinariamente bondadosas, fueron los mejores de mi vida profesional". Retirado en su casa del barrio getxotarra de Algorta, el doctor José María Bengoa (Bilbao, 1913) disfruta de los recuerdos de una vida dedicada a la medicina como sanadora del cuerpo, pero también del alma. "La silla y la palabra son los elementos con los que se resuelven los problemas. Éste ha sido siempre mi principio de actuación", decía el pasado jueves, a la espera de recibir esta mañana el galardón con el que la Fundación Sabino Arana reconoce su trayectoria.
Bengoa, como tantos otros de su generación, sufrió el exilio tras la guerra civil. Dada su condición de médico, colaboró activamente en la organización de los hospitales que atendieron a los gudaris, "desde los dispensarios de campaña en primera línea de frente, pasando por los hospitales intermedios con un equipo de cirujanos magnífico, hasta los hospitales que preparamos en las casas de los millonarios de Neguri", resume.
JOSÉ MARÍA BENGOA
El médico recibe hoy en Bilbao uno de los premios Sabino Arana
Llegó al país caribeño exiliado después de la guerra civil
En su forma de expresarse resuena una inquietud social nítida, que parece que nace antes de ver aquella pobreza del medio rural venezolano. "Desde pequeño me llamó la atención la desigualdad que había en Bilbao entre ricos y obreros. Ya con 14 años íbamos a dar catequesis a los barrios", recuerda este hijo de comerciantes que optó por la carrera de Medicina casi por inercia tras estudiar un bachillerato científico "en el que no había nada de filosofía, lógica, literatura..."
La Universidad de Valladolid no era ajena, en aquellos años convulsos de la República, a la agitación política. Bengoa participó en la creación de la asociación de estudiantes vascos y tuvo que enfrentarse con los falangistas en más de una ocasión por leer periódicos nacionalistas. Esa pasión por la prensa y la divulgación le ha acompañado toda su vida. En Venezuela dirigió la revista Euzkadi y publicó, entre otras obras, Medicina social en el medio rural venezolano, donde resume su experiencia en Sanare.
El libro apunta sus trabajos sobre la nutrición en un país de contrastes como era la Venezuela a la que llegó en 1938. "En Caracas me encontré con una ciudad en la que paseaban los hombres vestidos de trajes de hilo blanco acompañados de mujeres con vestidos floreados, con una luz hermosa, que no había visto en mi vida", recuerda. Le costó que las autoridades venezolanas reconociesen su condición de médico. "Una de las tragedias de los exiliados es que no tenemos papeles; gracias a los jesuitas pude volver a ejercer la medicina". Y le destinaron a un pueblo del interior que poco tenía que ver con la vistosidad caribeña de Caracas.
Allí, en Sanare, surgió el interés por la nutrición que marcará su carrera profesional. En el patio interior del dispensario, instaló unas colchonetas para que los niños hambrientos permanecieran mientras recibían una alimentación. Los niños se recuperaban en cuatro meses al tiempo que sus madres recibían una educación alimentaria apropiada. Así nació el primer Centro de Recuperación Nutricional. El Gobierno de Venezuela apoyó a Bengoa para que pusiese en marcha el que se convertiría en el "mejor instituto de nutrición de América Latina".
Y no se trata de una exageración de quien es oriundo de Bilbao. Pocos años más tarde, la Organización Mundial de la Salud (OMS) le llamó para que trabajase desde sus oficinas en Ginebra en la organización de diferentes centros nutricionales por todo el mundo. "Fue un cambio tremendo, a la comodidad total, pero allí en Suiza echaba mucho de menos mis estancia en aquel pueblecito de Sanare", indica.
Asesoría al Gobierno y una fundación
Con la llamada de la OMS a José María Bengoa en 1955, el médico bilbaíno tiene la oportunidad de regresar a su villa natal. "La ONU tenía el poder suficiente para evitar cualquier tipo de represalia contra mí", recuerda. Y aquel Bilbao que se encontró poco tenía que ver con el de su imaginario. También le ocurrió a su esposa, Amaia Rentería, una niña de la guerra de Elantxobe a la que conoció en Venezuela, con la que tiene seis hijos. "Habíamos idealizado la ciudad: las calles eran bastante más estrechas".
Bengoa, eso sí, mantenía nutrida correspondencia con las amistades que se habían quedado en Bilbao o con exiliados como Juan de Ajuriaguerra o Manuel de Irujo. Pero su interés por la política vasca es secundario. Lo primero, como refleja su trabajo en Ginebra, es luchar contra el hambre en el mundo. Recorre países impartiendo sus experiencias sobre la mejora en la nutrición. "Fue una tarea muy difícil. Visité más de 60 países, con éxitos en México e India, donde existía infraestructura, pero en los países africanos era imposible. Cuando el Congo belga obtuvo la independencia no había un solo universitario en el país; organizar algo en esas condiciones es imposible".
Parecía que llegaba la hora de la jubilación, pero Bengoa, infatigable, tiene tiempo de asesorar al primer Gobierno vasco, llamado por el lehendakari Carlos Garaikoetxea, y volver a Venezuela. "Me llamó un banco para que dirigiera una fundación dedicada a la nutrición. El banco quebró, pero los patronos decidieron seguir con ella". Y, aunque él no lo diga, la rebautizaron con su apellido. Ahí sigue con éxito, la Fundación Bengoa (www.fundacionbengoa.org), trabajando por la buena alimentación de los venezolanos.
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