Las lecciones de mi amigo
No quisiera yo, poco dado a pompas, ser inútilmente grandilocuente en la triste hora de la despedida de Ángel González. Pero el caso es que se ha ido mi amigo del alma. Era mi amigo del alma, del que hoy sólo acuden a mi memoria los buenos momentos y todo lo que fui capaz de aprender en nuestras andanzas. Recuerdo las noches largas, en las que buscábamos el último bar de la madrugada. Recuerdo las risas y las infracciones contra los biempensantes y los abstemios, que han sido nuestros enemigos de toda la vida.
También lo que he aprendido en su sabia compañía. Han sido muchas y esenciales cosas. Me enseñó a incorporar la ironía a mi poesía. Me hizo darme justa cuenta de lo necesario que era restarle solemnidad a nuestro trabajo. Nunca lo he olvidado. Como tampoco soy capaz de dejar de pensar que voy quedándome más solo, que uno por uno van desapareciendo a mi alrededor, sin que pueda evitarlo, aquellos amigos a los que más quiero. Me hacen sentirme ya como un superviviente y lo más curioso es que ni siquiera me alarmo.
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