Robbie Williams se declara en 'huelga' contra EMI
El músico amenaza con no entregar el disco que debe
Robbie Williams, antiguo niño mimado de EMI, ha montado una pataleta mundial. Suena a guión de telenovela pero va en serio. Por boca de su representante, Tim Clark, ha lanzado una improbable amenaza: "La pregunta es: ¿debería Robbie entregar a EMI el nuevo álbum que va a sacar? Tenemos que decir que la respuesta es 'no'. No tenemos ni idea de cómo EMI va a vender y promocionar el álbum".
Su representante alega que la compañía carece del equipo adecuado
El plante del artista supondría un incumplimiento de contrato
Alega Clark que la multinacional, la principal discográfica de origen británico, carece de un equipo adecuado para promocionar a Williams en el mundo digital, mirando de reojo al alboroto montado por Radiohead con su In rainbows. Pero la situación no es equiparable: el grupo de Oxford estaba sin contrato y podía permitirse aventuras como poner durante dos meses su música en Red, dejando al capricho de los interesados la cuantía del pago. Por el contrario, Robbie debe un disco a EMI, fruto de un acuerdo que tenía mucho de joint venture: la discográfica le adelantaba 80 millones de libras, a cambio de cuatro discos y de una considerable tajada en los negocios del directo y el merchandising.
En términos legales, la huelga de Robbie supondría un incumplimiento de contrato. Ciertamente, existen precedentes de artistas que —sin convocar a la prensa— han dilatado la entrega de su nueva música o, en algún caso, se han apoderado con nocturnidad y alevosía del master de un disco recién terminado. Son tácticas que pretenden —y consiguen— reunir a los implicados alrededor de una mesa de (re)negociación. Desde la otra trinchera también se puede devolver el fuego: se cierra la caja o se demanda al cantante por hacer "discos anticomerciales", como hizo David Geffen contra Neil Young.
Los artistas saben que la simpatía popular siempre estará de su lado cuando se enfrentan a una corporación sin rostro. Pero los escándalos no siempre dan el fruto deseado, como comprobó Prince con su enfrentamiento a cara de perro con Warner Music a mediados de los noventa: rompió con la discográfica, aunque no recuperó —como era su plan B— el control sobre sus antiguas grabaciones. Y la imagen del músico de Minneapolis se deterioró con caprichos grotescos como el cambio de nombre o el escribirse en la cara la palabra 'esclavo'.
Las declaraciones de Tim Clark están aderezadas con insultos personales: asegura que Guy Hands tiene maneras de "dueño de una plantación". Hands, cabeza visible de los nuevos dueños de EMI, el fondo de inversores Terra Firma Capital Partners, entró en la discográfica con modales de elefante, repartiendo acusaciones de pereza y despilfarro entre los directivos y los artistas más visibles, antes de decapitar la rama británica de EMI y anunciar una radical reducción de personal.
Se trata de un conflicto entre culturas empresariales. Terra Firma se ha asentado en EMI y se ha horrorizado ante las prácticas de la industria musical. Ha amenazado con darse de baja en las numerosas entidades que recaudan los derechos fonográficos, que cobran su porcentaje por la gestión. Tampoco parecen entender los ciclos de las carreras artísticas: la última entrega de Robbie Williams ha podido resultar una relativa decepción comercial, aunque eso no significa que el siguiente mantenga la tónica descendiente.
Con lo que se sabe de los objetivos a medio plazo de Terra Firma, sí está justificada la alarma de Robbie Williams y otros artistas de EMI. El grupo de capital riesgo ni siquiera pronunció las acostumbradas frases sobre su compromiso con el negocio de la música que siguieron a similares adquisiciones por gigantes tipo Sony o Seagram. Todo lo contrario: no oculta que esperan revender cuando se haya estabilizado el mercado, multiplicando su inversión de 2.400 millones de libras (3.175 millones de euros).
No parece una actitud honorable ante una fonográfica que puede alardear de 110 años de historia, con implantación en todo el planeta, fabulosos archivos y gran plantel artístico. Además, ignora las peculiaridades de las industrias de la cultura popular, que necesitan un delicado equilibrio entre el fomento de la creatividad y el cuidado de la cuenta de resultados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.