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Reportaje:REPORTAJE

Aventura sexual en la América profunda

Se parecen tanto a ella...

Comparten su entusiasmo por las armas, los rodeos, las barbacoas y las familias numerosas. Forman parte de la misma América profunda. No se parecen a ella. Son como ella. Un fiel reflejo de la candidata republicana a la vicepresidencia de Estados Unidos, Sarah Palin. Quizá la única diferencia -quién sabe- entre estos buenos patriotas y la gobernadora de Alaska sea la pasión que derrochan por el intercambio de parejas.

"Los swingers estadounidenses son personas absolutamente normales que el sábado por la noche participan con la esposa o el marido en reuniones de sexo en grupo y a la mañana siguiente van a misa con sus hijos". La voz pizpireta de Naomi Harris llega desde Nueva York. Ella es la culpable de que usted pueda deleitarse hoy con estos matrimonios, uniones más o menos estables y solteros montándoselo a lo grande con otras parejas. Swingers que disfrutan del picoteo sexual sin engañar a la novia o al marido. Un fenómeno nacido en Europa y Estados Unidos al calor de los años sesenta y setenta del siglo pasado que goza hoy de una salud de hierro, a tenor de la proliferación mundial de clubes, asociaciones y páginas web especializadas, si bien resulta difícil determinar con exactitud cuántas personas comparten esta afición, como recordaba Gretel C. Kovach en Newsweek a finales de 2007.

Reuniones en casas particulares, eventos de copulación masiva en hoteles y clubes o vacaciones libertarias en complejos como el legendario de Cap d'Agde, en el sur de Francia, retratado con ardor por Michel Houellebecq en Las partículas elementales (Anagrama). Con independencia del lugar de celebración, el procedimiento viene a ser el mismo: dar y recibir. Como ese tipo, concentrado en la retransmisión de la Superbowl de fútbol americano, a cuya esposa se está beneficiando un desconocido en sus propias narices. O aquella otra mujer que saborea el vermú en una silla de camping mientras contempla a su maridito en plena acción con la vecina de tienda durante una acampada de fornicación. Estampas de sexo explícito como éstas salpican las páginas del libro America swings, donde la fotógrafa Naomi Harris ha concentrado en 250 imágenes de alto voltaje su odisea carnal por Estados Unidos. Publicado por la editorial Taschen, constituye el documento de una ardiente travesía de cinco años a lo largo de 38 fiestas y encuentros de swingers celebrados en trece Estados de Norteamérica. Una orgía de sexo libre desde Mahwah (Nueva Jersey) hasta Pleasanton (California).

Todo empezó en una playa nudista al norte de Miami. La señorita Harris, nacida hace hoy 35 años en un barrio judío de Toronto (Canadá), vagaba en marzo de 2002 como Dios la trajo al mundo por la orilla de Haulover Beach cuando un sesentón apodado Capitán Richy le invitó a su primera concentración de swingers. "Aquel tipo no tenía acompañante, y un requisito fundamental de estos eventos establece que los hombres no pueden acudir solos. Pensé que siempre es un buen momento para conocer algo nuevo". Esa misma noche, la pareja ficticia llegaba a un club en el norte de Miami en cuyo interior pululaban, de lo más sensual, oficinistas profesionales, amas de casa, ejecutivas agresivas, picapleitos, vendedores de coches de segunda mano... Todos llenaban platos de comida en el bufé de bienvenida y formaban corrillos para conocerse. Veinte minutos después estaban practicando sexo en grupo en la trastienda.

Así de fácil. Un pequeño gesto, un guiño o una caricia bastan para incendiar estos cuerpos serranos. Del Hola, ¿qué tal? al full swap o intercambio total, pasando por un variado catálogo de juegos sexuales. Pero a pesar de la aparente espontaneidad con la que se desarrollan sus encuentros, los límites están marcados de antemano. "De entrada, un no significa no", recuerda Naomi. "Ésa es la archiconocida regla de oro. Los aficionados al sexo libre quieren disfrutar, no que la cosa acabe en tragedia. Me parece algo realmente sensual, aunque reconozco que a mí no me seduce en absoluto la idea de mantener relaciones sexuales justo después de cenar. No participé en esa bacanal. Ni en todas las que vinieron después. Al regresar a Nueva York, donde trabajaba como fotógrafa para diferentes publicaciones, me propuse realizar un proyecto a largo plazo que arrancó en julio de 2003".

-¿Le resultó complicado mantener la distancia de seguridad mientras trabajaba?

-No me sentí atraída sexualmente por ellos en ningún momento; la mayoría era bastante mayor que yo. En estos cinco años no me he encontrado a muchos swingers de mi edad.

-¿Podría indicar la zona más caliente de Norteamérica?

-En Tejas encontré mucha acción. También en California. Definitivamente, hay otra América en esos paisajes de películas como No country for old men. Pero la capital swinger de Estados Unidos por excelencia es Minnesota. Será por el frío... y porque no hay nada que hacer. Lo que se monta allí es algo fuera de lo común.

"Durante mi primera experiencia de intercambio de parejas hice más felaciones que en toda mi vida", admite Jodi Greggs, de 41 años y natural de Minnesota, en una de las entrevistas realizadas por Dian Hanson para acompañar las fotos del libro America swings. "En mi primer matrimonio era monógama y no practicaba posturas ni nada de todo eso. La verdad es que me sentía muy aburrida. A los once meses me divorcié para estar con Michael. Una amiga suya nos introdujo en este círculo, donde ya llevamos ocho años. A mí me cuesta alcanzar el orgasmo ante tanta gente, pero disfruto intentándolo".

Es el tórrido encanto de los ciudadanos de esa misma América profunda donde la gobernadora Sarah Palin levanta pasiones. "He intentado hacer hincapié en los valores puritanos anclados en la sociedad estadounidense", concluye Naomi Harris. "Navegamos en privado ante todo tipo de imágenes y vídeos extremadamente pornográficos, pero no somos capaces de hablar de las cosas sencillas, de mostrar la cotidianidad del sexo".

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