Un espejo en el camino
El Terrence Malick que nos descubre Néstor Almendros en su libro Días de una cámara, el Malick de 1978, el de Días del cielo —experiencia vital que emerge paralela a una serie de propuestas similares de aquella dilatada y fructífera década—, nos lleva a una concepción singular de lo que a lo largo del tiempo algunos cineastas han utilizado como punto de partida de su creación. Eso que el escritor Josep Pla decía, citando a Stendhal, sobre la necesidad de todo escritor —y, ¿por qué no?, el cinematográfico—, de pasar el espejo por el camino. Es decir, un trabajo a fondo de observación de lo que hay a nuestro alrededor, una empresa de gran envergadura sobre la vida y el tiempo.
El Terrence Malick que deliberadamente elabora esa propuesta —intentando articular una mirada sobre el paisaje humano, estableciendo un juego de encuentros y complicidades, a través de los espejos que va situando en el camino— es el que, cuando nos planteamos el rodaje de Pau i el seu germà, nos pusimos como punto de partida para construir esa historia de ausencias y personajes que emergen de las sombras de las montañas del Pirineo catalán.
Terrence Malick (Waco, Tejas, 1943) ha marcado el cine mundial con sólo cuatro filmes: Malas tierras (1973), Días del cielo (1978) —mejor director en Cannes—, La delgada línea roja (1998) y El nuevo mundo (2005) —Oso de Oro en Berlín—. Ahora prepara El árbol de la vida.
Marc Recha (L’Hospitalet de Llobregat, 1970) debutó en 1998 con El árbol de las cerezas —premio de la Crítica en Locarno—. Después concursó en Cannes con Pau i el seu germà (2001), y ha dirigido Las manos vacías (2003) y Dies d’agost (2006).
Babelia
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