De la ficción a la certeza de la muerte
Antonio Muñoz Molina se acordó ayer del tiempo en que sus hijos eran pequeños y les contaba cuentos. Le tocó inaugurar el Salón Literario de la Feria Internacional del Libro (FIL) y leyó un texto que había titulado La experiencia de la ficción. Por eso aparecieron sus hijos y los cuentos, porque de lo que estaba hablando era de esa querencia tan vieja porque te cuenten historias, por volver sobre ellas, por quedar subyugado por la magia de su repetición, por asistir una y otra vez a transformaciones y a batallas y a prodigios.
Habló de cuentos y de películas y de series populares. Recordó a personajes que a todos han fascinado. Se refirió al afán por identificarse con el héroe, y dijo que a veces se elige al detective, pero que también hay quienes prefieren al malvado. Estaban sus hijos atrapados ya en las redes de la ficción, contaba, lanzados a tirar de la imaginación y a aceptar cualquier disparate como cierto (la niña que sale viva de la barriga del lobo), pero que luego crecieron un poco y que fue también desde la ficción que aprendieron a saber que había un punto final, que la muerte se llevaba incluso a los más próximos.
A Muñoz Molina lo presentó el escritor mexicano Gonzalo Celorio que, entre muchas cosas, habló de su voluntad, como la de tantos españoles de su generación, de "nombrar, decir, inventariar" el pasado, ese pasado que venía de una guerra y que había sido ocultado y tergiversado por la dictadura de los vencedores. Nubia Macías, directora de la FIL, al presentar el acto quiso destacar la vocación última del Salón Literario: conectar al escritor con sus lectores.
En una cámara de gas
Y ahí estuvieron muchos para escuchar cómo Muñoz Molina defendió la riqueza de la ficción como modelo de comprensión frente a las nuevas tecnologías, que pretenden hacer de los lectores (y escritores) seres obsoletos. Y lo siguieron cuando fue dando cuenta de su propia experiencia. Contó que al principio sólo valoraba aquellas experiencias de las que podría salir una ficción. Luego irrumpió la realidad con su carga brutal de relatos brutales.
Y entonces siguió defendiendo la ficción para contar historias, pero sólo como último recurso. Como cuando Vasili Grossman, el autor de Vida y destino, se sirve de la imaginación para decir lo que padece un judío cuando muere en una cámara de gas. Antes, el escritor había estado en el frente ruso durante la II Guerra Mundial como periodista, contando lo que ocurría. La ficción le permitió dar una estructura a sus relatos y ponerles rostro a sus protagonistas: la experiencia de cada hombre es única.
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