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Reportaje:Los protagonistas

Victoria 70 años después

Roma se resistió durante décadas a las beatificaciones de la Guerra Civil por aversión a Franco. Hasta que Juan Pablo II dio la razón a la jerarquía española

"Sangre de mártires, semilla de cristianos", dijo Tertuliano a mediados del siglo III. La idea hizo fortuna hasta convertirse en aforismo. Muchos apologistas del cristianismo fueron paganos que, como el sabio cartaginés, se convirtieron por la fortaleza de los mártires. Los obispos se aferran a esa esperanza para reparar la crisis de la Iglesia romana, que en España es muy grave según sus propios estudios. Con esa intención han trabajado la siembra, el próximo domingo en Roma, de la mayor beatificación de mártires de la historia en un solo día (498).

Juan Pablo II, el papa que ordenó hacer un catálogo de los martirizados en el siglo XX, encabezó la idea. "En nuestro siglo han vuelto los mártires", dijo en la encíclica Tertio Millennio Adveniente, de 1994. Él mismo beatificó a cientos de víctimas del primer año de la Guerra Civil desencadenada en 1936 por un golpe fascista.

Pío XII temía que se interpretasen como apoyo a una dictadura fascista
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La jerarquía inició su ofensiva para elevar a los altares a sus víctimas apenas proclamada la victoria de los golpistas, el 1 de abril de 1939. Pero su empeño cayó en saco roto en Roma durante décadas. Primero fue la derrota del nazismo en 1945 la que obligó al Vaticano a retrasar la proclamación, temeroso de que la ceremonia se interpretase como la beatificación de una dictadura como la de Franco. Y más tarde, muerto Pío XII, el obstáculo fue la revolución impulsada por el Concilio Vaticano II (1962-1965).

Pío XII proclamó el 16 de abril de 1939 que España era "la nación elegida por Dios" porque "acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista la prueba de que, por encima de todo, están los valores de la religión". Incluso rubricó su admiración por la hazaña bélica de sus correligionarios nombrando a Franco protocanónigo de la romana basílica Santa María la Mayor. Pero no quiso saber nada de mártires. Había sido nuncio en Berlín ante Hitler, el valedor de Franco, y no le perdonaba a éste que censurase en marzo de 1937 la encíclica Mit brennender Sorge (Con ardiente preocupación) con que Roma condenaba el régimen nazi. Como Hitler en Alemania, el caudillo español ordenó que se incautara el texto papal, sin que los obispos opusieran resistencia. "Se quedaron atónitos ante su lectura. Finalmente, decidieron dejar la publicación para cuando a Franco no le importase. Lo que, por supuesto, nunca ocurrió. Sólo hubo un obispo con la valentía de publicarla, el de Calahorra, Fidel García Martínez. Nunca se lo perdonó el franquismo y años después se tomó la venganza", recuerda el teólogo Enrique Miret Magdalena.

No fue la única vez que Franco censuró a los papas. Los obispos querían publicar en marzo de 1938 un volumen con la pastoral en que bendijeron sin pudor el golpe militar como cruzada cristiana. Se lo urgía de nuevo Franco, para frenar mejor la campaña internacional contra sus crueldades. Pero los prelados querían un prólogo de Pío XI. Lo escribió su secretario de Estado, Eugenio Pacelli (futuro Pío XII). Era un elogio a la iniciativa de los obispos "por los nobles sentimientos en que está inspirada, así como su alto sentido de la justicia al condenar absolutamente el mal, de cualquier parte que venga".

Franco ordenó suprimir "de cualquier parte que venga". Los obispos aceptaron la censura, pero no Roma, que reaccionó publicando el texto completo en L'Obsservatore Romano. Aún se atrevió Franco a protestar, vía embajador en el Vaticano. Y remachó la impertinencia con otra provocación: tras la victoria, envió a Roma a su cuñado, Ramón Serrano Suñer, vestido, él y todo su séquito, con camisa azul y los agresivos símbolos de La Falange.

Los historiadores no se ponen de acuerdo sobre si el Vaticano respaldó la pastoral de los obispos en favor de Franco. Roma, disgustada por la muerte de sacerdotes y católicos en el bando fascista -entre otros, el catalanista Carrasco i Formiguera, asesinado en Burgos en 1938-, tardó nueve meses en acusar recibo de la misma, y lo hizo de una forma que enfureció al general golpista.

Desaprovechada aquella intentona, los obispos tuvieron que esperar más de medio siglo para las beatificaciones masivas. Intelectuales católicos de la talla de Jacques Maritain (embajador de Francia ante Pío XII), François Mauriac, Georges Bernanos, etc, contribuyeron a hacer firme la actitud del Vaticano respecto al único régimen fascista que sobrevivió a la II Guerra Mundial.

El cardenal Gomá (izquierda) junto a Franco en 1939. Varios obispos levantan la mano en saludo fascista.
El cardenal Gomá (izquierda) junto a Franco en 1939. Varios obispos levantan la mano en saludo fascista.
Vicente Enrique y Tarancón
Vicente Enrique y Tarancón

El cardenal que inició la reconciliación

En España también hay anticlericales de derechas. Lo supo pronto el Vaticano, que no pudo evitar el fusilamiento por orden de Franco de varios sacerdotes vascos, y lo sufrieron obispos como Vicente Enrique Tarancón. Pío XII lo hizo prelado de Solsona con apenas 48 años. En 1950 publicó la pastoral -insólita en época del fervoroso nacionalcatolicismo- El pan nuestro de cada día. Criticaba la violencia de los vencedores tantos años después de la Guerra Civil y la corrupción de los jerarcas del nuevo régimen.

No se lo perdonaron. Los anticlericales de derechas llenaron de pintadas los muros de España contra el ya cardenal Tarancón -"al paredón", rezaban-, y el régimen multó, apaleó y encarceló a cientos de curas. Una asamblea conjunta de sacerdotes y obispos votó en 1970 por amplia mayoría (por no alcanzar los dos tercios no se plasmó en documento oficial) una resolución pidiendo perdón por no haber sido "verdaderos ministros de reconciliación" en el conflicto fratricida. Tarancón fue uno de los prelados que apadrinaron aquella operación reparadora y se resistió a promover las actuales beatificaciones.

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