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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Altura de principal

La culpa de esto también la tendrá el Ché. Durante años, mis firmes convicciones sobre la próxima redención de la humanidad me prohibieron subirme a esos medios turísticos que simbolizaban el consumo masivo, el despilfarro y la falta de una mirada crítica: me refiero a los bateaux-mouche del Sena, las góndolas de San Marcos o las calesas del parque de María Luisa. Cuando me saqué las manías de encima, que coincidió más o menos con la época de la procreación, descubrí que desde el río se percibían unas perspectivas extraordinarias de París, que la laberíntica Venecia de los canales nada tenía que ver con la de los sottoporteghi y los campi y que tomar el fresco al trote en Sevilla es una maravilla. Además, a los chicos les encantaba, y así teníamos la fiesta en paz. A partir de entonces me lancé. Los buses turísticos de Dublín, Viena o Múnich no tienen secretos para mí. Los seguían teniendo los de mi ciudad, a los que nunca había osado subirme por el clásico desprecio del nativo hacia las hordas que nos visitan, a pesar de que uno de los chicos trabajó un verano de casaca (ayudante del guía, encargado de mantener vagamente el orden a bordo; luego el chico fue ascendido a guía, que lo sepan). Pero ayer mi vida dio un giro insospechado.

Ayer me subí a un bus turístico en Barcelona. No uno cualquiera, sino un bus con coartada culta, pues éste iba a hacer el recorrido de algunos de los edificios más significativos premiados por Foment de les Arts Decoratives desde 1958. ¿No nos quejamos del exceso de mochileros apáticos que deambulan por el centro sin rumbo? Pues ahí estaba el rumbo selecto propuesto por Arquiset, primera semana de la arquitectura de Barcelona, un vasto programa de actividades impulsada por el Colegio de Arquitectos y el Arquinfad que culminará el próximo día 25 con la concesión de los premios FAD de arquitectura e interiorismo (www.arquiset.cat). Al precio de cinco euros, cada día a las diez de la mañana -presentarse un cuarto de hora antes- sale desde la plaza de Catalunya, junto a Rivadeneyra, el bus culto en cuestión que te permite deambular por Barcelona a la altura del principal sin levantar sospechas de guiri (bien es cierto que un grupo de escolares, en la Diagonal, nos pregunta a gritos si nos gusta la ciudad, ante lo cual a los de la comitiva se nos pone automáticamente cara de japonés).

De modo que ahí me tienen ustedes, a proa del bus, tomando el sol un radiante día laborable de octubre, contemplando a mis pies el tráfico nervioso de coches, motos, bicicletas, furgonetas, taxis, patinetes, camiones, autobuses, etcétera (la variedad que se divisa es pasmosa). Primera sensación de extranjería: desde allí arriba, todo eso no te pertenece, no eres tú, si te vieras abriéndote paso en medio del caos y blasfemando contra la absurda cachaza del bus turístico no te reconocerías. Subimos por el paseo de Gràcia, pasando frente a la casa Pons i Pascual (restauración de Espinet, Bohigas, Mackay, Martorell, Ubach, 1984) y giramos por la Gran Via para coger Llúria, pasando frente al edificio del Noti (Josep M. Sostres, 1965), torcemos por Mallorca (Casa Thomas, restauración de Bonet, Cirici, Clotet, Tusquets, 1978-1979), enfilamos Rosselló y bajamos por Cerdenya, poniendo nuestra mejor cara de autóctonos frente a la Sagrada Familia. Nos llegamos hasta la plaza de las Glòries (Centro de EGB La Farigola, Bosch, Tarrús, Vives, 1980), tras un largo periplo subimos por Escorial (viviendas de La Caixa, Mitjans, Bohigas y Piera, entre otros, 1962) y llegamos a la Travessera de Dalt. Segunda sensación de extranjería: la ciudad fea de Lluís Permanyer desde el bus turístico es doblemente fea. Pese a ello, su atractivo es irresistible: desde la cima del tráfico, las eternas obras de Lesseps (Biblioteca Fuster, Llinàs, 2006) adquieren una grandeza épica, como de campo de batalla.

Vuelta a la Diagonal, la vía de las dos aceras vilamatianas, luminosa la del norte, tenebrosa al sur. Tercera sensación de extranjería: encaramado al bus uno se siente fiel de la balanza en la ciudad del bien y del mal y le entra de repente el vértigo insoportable de quien debe pronunciar un juicio. Por suerte, no tarda en llegar a Francesc Macià, donde su angustia se disuelve al contemplar el paraíso perdido descubierto por Pedro Zarraluki.

Procedemos por la Diagonal comercial (edificio Atalaya, Correa-Milà, 1970-1971) con periplo por la plaza de Sant Gregori Taumaturg y Joan Sebastià Bach (viviendas de Coderch, 1960). Ganamos de nuevo la Diagonal y junto al parque del palacio de Pedralbes tenemos una preciosa vista de la Facultad de Derecho, primer premio FAD de arquitectura, concedido en 1958 (Giráldez, López Iñigo, Subias). Poco después, en la acera de enfrente, contemplamos la ampliación de la Escuela de Arquitectura (Coderch, 1985) y L'Illa (Moneo, M. de Solà-Morales, 1994). Pese a que el itinerario previsto incluía Montjuïc y el frente marítimo, no hay tiempo para más. Bajando por Balmes, cuarta sensación de extranjería: las fachadas modernistas que has visto miles de veces se te meten en el ojo con virulencia. De vuelta a la plaza de Catalunya, no querrías bajarte nunca de este bus, no vayas a toparte contigo mismo antes de viajar por el principal de tu ciudad.

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