El fin del conservadurismo
El mercado financiero vive días de turbulencias. La desaceleración de los créditos hipotecarios es una realidadad y los rumores sobre problemas de liquidez de algunas entidades lo complican aún más. Los gestores de las cajas vascas creen que solamente una entidad fuerte puede hacer frente con garantías a la competencia del resto de cajas y bancos y a los movimientos de concentración de empresas.
La BBK es sin duda el padre y la madre de la fusión y Xabier de Irala, su presidente, está empeñado en cerrarla con el objetivo de terminar con años de excesiva prudencia en la gestión. A primeros de los años noventa, la caja vizcaína era la quinta entidad financiera española, el mismo puesto al que aspiran llegar ahora con la fusión. De hecho, cuenta con un Tir 1, ratio que mide el capital de máxima calidad, que dobla a la media del sector y está a la cabeza en Europa. Es bueno, porque implica que está muy saneada, y malo a la vez, pues significa que se podía haber arriesgado más en crecimiento y expansión. Si en los noventa La Caixa doblaba en tamaño a la BBK, ahora es ocho veces mayor. En definitiva, la posición relativa ha caído mucho.
La única vía de recuperar el ritmo de crecimiento es a través de la integración, ya que los días de vacas gordas en el mercado financiero han pasado. Hoy no se pueden lanzar campañas de expansión tan agresivas como las que hicieron La Caixa, Caja Madrid o Ibercaja.
Por este motivo, los promotores de la fusión se han esforzado en todo momento en vender la integración como una apuesta estrictamente empresarial, que no política, con la que se busca ganar tamaño para hacer frente a la creciente competencia en el sector bancario y poder llevar a cabo operaciones financieras que las cajas en solitario no tienen capacidad de acometer. Esa mayor musculatura serviría, en el ámbito interno, para ofrecer mejores productos con los que mantener su cuota de mercado.
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