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Columna
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La guerra de nunca acabar

Andrés Ortega

La misión, no cambia, aunque ha variado desde la invasión: ahora es la de imponer la seguridad en Irak y la reconciliación entre iraquíes. En lo primero poco se ha avanzado; y en lo segundo, retrocedido. Los medios se reducen, pues se van a retirar algunas tropas. El plazo: ni se sabe, en todo caso, la guerra durará más allá de la presidencia de Bush, como él mismo ha reconocido. El general Petraeus no se ha atrevido en sus pronósticos a ver allende el verano que viene, cuando el nivel de tropas americanas -si todo va bien, e incluso si va mal pues no hay más- será superior al que había el pasado otoño antes de la crecida (surge) de 30.000 soldados suplementarios. Y a esto, escudándose tras el general, se ha agarrado Bush para proponer por primera vez una pequeña reducción, basada, según él, en el éxito de su estrategia.

Cuatro años y medio después de la invasión, Irak va camino de convertirse en una guerra de nunca acabar. Puede resultar significativo que Bush haya mencionado estos días el modelo de Corea: Estados Unidos se encargaría de la seguridad exterior -esencialmente de frenar a Irán-, con menos tropas, y los iraquíes, de la interior. Pero los surcoreanos querían que se quedasen los americanos, no había milicias varias contra éstos. En todo caso, ¿piensa Bush en que tropas americanas se quedarán más de 50 años en Irak como lo han hecho, y hacen, en Corea del Sur? No es descartable.

Podía esperarse que los demócratas, que ganaron las elecciones al Congreso en noviembre pasado sobre una plataforma contra la guerra, frenarían a la Administración de Bush. Pero no ha sido así. Entre los candidatos demócratas, Barack Obama claramente se muestra a favor de una retirada rápida, mientras Hillary Clinton es mucho más matizada y sigue sin admitir haberse equivocado al votar en su día a favor de la guerra, cuando soplaban otros vientos. Aunque hay más que matices entre ellos, los demócratas ahora parecen buscar terrenos intermedios de entendimiento con el sector más crítico de los republicanos. En todo caso, muchos demócratas han votado en el Congreso más dinero para la guerra, y Bush está convencido de que no le negarán una nueva petición de fondos.

Cuando los americanos vayan a votar en noviembre de 2009, habrá, en el mejor de los casos, aún bastante más de 100.000 de sus soldados en Irak. La guerra puede acabar volviéndose contra él o la candidata demócrata si no ofrece una clara estrategia de salida. Los demócratas han criticado el enfoque de Bush -"un insulto a la inteligencia del pueblo americano", según la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi-, pero como partido no han elaborado una alternativa real, una estrategia clara y creíble de salida en un plazo razonable. Pretendían que Bush hiciera todo el trabajo sucio y el presidente ha venido a decir que no, que está ganando y que después de él, el diluvio. Y cuidado, pues hoy por hoy no está asegurado que un demócrata entre en la Casa Blanca en enero de 2010, ni que lo haga con un plan para realmente salir de Irak. Aún puede ganar un republicano.

Fueran cuales fueran, esta guerra no tiene ya nada que ver con los objetivos de la equivocada e ilegal invasión del país árabe, pues el conflicto ha cambiado la realidad a la que hay que enfrentarse, que no es sólo interna de Irak, sino regional e incluso global. La única posibilidad de controlarla sería, si acaso, un pacto global de Estados Unidos con Irán -que Teherán ha ofrecido en más de una ocasión-, y una implicación de los Estados de la región, junto a un horizonte claro de salida de las tropas americanas que reclaman algunos grupos suníes y chiíes para poder colaborar. No parece que Bush vaya a ser capaz de tal paso, dada su política hacia Irán que ve, equivocadamente, como una Corea del Norte. En cuanto a su sucesor o sucesora, está por ver. aortega@elpais.es

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