Llamada a la cordura
La dirección de la gran patronal española CEOE ha tenido el buen sentido de pedir a los empresarios que eviten el alarmismo sobre la situación de la economía española. La llamada a la prudencia de los empresarios parece oportuna, porque no está justificada la presunción de que España vaya a entrar en un periodo de males económicos sin cuento, por más que el PP y sus analistas económicos de cabecera insistan en ello. Un mal dato coyuntural de empleo y una leve desaceleración del crecimiento en las cuentas del segundo trimestre no bastan para pronosticar el Apocalipsis; la evolución económica se fundamenta en tendencias que requieren al menos un trimestre de observación. Las presunciones de recesión que de forma malintencionada difunde el primer partido de la oposición son irresponsables, y la llamada de los empresarios a realizar un análisis correcto resalta esta frivolidad.
Los empresarios saben que la histeria recesiva carece de fundamento. Pueden comprobarlo periódicamente en sus cuentas de resultados y en las condiciones financieras y laborales de sus empresas. Las predicciones más sombrías tienen el indeseable efecto secundario de que empeoran las expectativas de las empresas y enrarecen un clima de confianza que es fundamental para que los negocios se amplíen y se mantenga la percepción de normalidad. La reciente declaración de la Comisión Europea, que mantiene la previsión del crecimiento español en el 3,7% para el año próximo, y el reconocimiento ayer de los ministros europeos de Economía y Finanzas de la fortaleza de la economía española deberían ser suficiente para acallar la tentación del catastrofismo.
Ahora bien, la situación objetiva de la economía española presenta indicios claros de desaceleración. Es una tendencia natural y muy poco dramática después de casi catorce años de crecimiento elevado. Para hacerse una idea de lo templado de esa desaceleración basta señalar que el año próximo el PIB crecerá probablemente por encima del 3,5%, todavía más que la media europea y suficiente para sostener la creación de empleo, aunque no sea en la construcción. La clave, como no deja de repetirse hasta la náusea, está en la intensidad de la desaceleración de la vivienda.
Si el ajuste es moderado y si, como pretende Pedro Solbes, el margen de subida de los tipos de interés se agota, es muy probable que se consiga con cierta holgura la sustitución del modelo de crecimiento basado en una burbuja inmobiliaria sin freno por más crecimiento industrial y más mercado exterior. Pero el Gobierno está obligado a abrir la espita de la inversión pública para compensar el descenso en la construcción de viviendas. Y, sobre todo, debe calibrar bien las consecuencias económicas de sus proyectos sociales en el futuro, es decir, cuando el crecimiento sea inferior al 4% y las cuentas públicas no tengan sobreabundancia de ingresos.
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