Personajes obsesivos
Antonio Muñoz Molina insistió ayer en el "absoluto" rigor histórico que le guió al escribir a finales de los ochenta Córdoba de los Omeyas. Muñoz Molina, historiador de formación y novelista de profesión, partió de "las fuentes históricas" para escribir un libro "lo más narrativo posible" hace casi 20 años. Pero, según dijo ayer en la presentación de la reedición de la obra, contaba entonces con una ventaja: los "seres remotos" que pueblan su repaso a la Córdoba musulmana. Molina se acercó a los personajes y a sus obsesiones.
Obsesiones como la de san Eulogio de Córdoba, un cristiano entre musulmanes. Descendiente de patricios hispanogodos, san Eulogio sólo tenía una idea entre ceja y ceja: "ser perseguido". "Y su desgracia era que no le perseguían", recordó ayer Muñoz Molina. Pero el cristiano tuvo su final feliz. Fue decapitado públicamente y al momento aclamado como mártir por sus compañeros de religión.
En el catálogo de obsesiones de Córdoba de los Omeyas también hay un lugar para el inquietante Al-Mansur, "un obseso del poder". O para Abd Al-Rahman III, califa entre el 912 y el 961, quien decía que sólo había sido feliz 14 días en toda su vida.
Aunque, quizás, la vida de Abd Al-Rahman I, el primer emir independiente de Córdoba, sea la más atractiva. "Vivió aventuras que ni las de Ulises fueron tan disparatadas", afirmó Muñoz Molina. Perseguido y exiliado, tuvo que huir de Damasco y terminó por convertirse en "un rey de otro mundo".
La obsesión de Abd Al-Rahman I no fue el poder, ni el martirio. En su caso, se llama nostalgia. Una nostalgia que intentó aplacar haciéndose traer de Siria palmeras y granados. "Es la evidencia de la nostalgia", dijo ayer el escritor.