Impronta frutal

Deberían pensar los responsables vitivinícolas de La Mancha por qué tantos proyectos nuevos, concebidos con visión moderna, planeados más allá del consumo local y nacional, y diseñados a lo grande, se inscriben con desenfado en la amplia y cada vez más concurrida apelación Vino de la Tierra de Castilla. Es el caso de Pago de Luna, nacido en La Roda (Albacete), donde el vino, siempre omnipresente, no había mostrado visos de grandeza. Parten de un extenso viñedo de 200 hectáreas, dirigido por Ramón Lissarrague, profesional de reconocido prestigio, donde se cultivan las grandes variedades tintas, empezando por la tempranillo. Y una vez más se ha contado con el asesoramiento enológico de Ignacio de Miguel, lo que garantiza un resultado final estimable, dada su maestría en la crianza y arte a la hora de combinar los distintos varietales. Y así es. El vino ofrece un paisaje aromático muy sugestivo con la impronta frutal marcando el territorio, y donde pueden apreciarse punteos florales sobre un fondo lejano de madera y especias. Sabroso, con un punto de golosina que evoca la mermelada de moras, tiene cuerpo y un final afrutadamente fresco. Pero le falta carácter para ser un vino de pago.