Armadores contra la leyenda negra
La flota que faena en África y América defiende su contribución al desarrollo social
Desde "piratas" a "depredadores", a los armadores españoles su fama les precede. Tanto los medios de comunicación como las autoridades de ciertos países hacen sonar las alarmas cuando una empresa nacional pone el ojo en sus caladeros. El último ha sido Suráfrica. "Empieza a haber movimientos y la prensa local habla ya de la amenaza española, cuando la realidad es que hacemos fuertes inversiones, permanecemos hasta que se nos echa y nos comprometemos con los países en los que estamos", explica el armador vigués Eduardo Vieira, vocal del Clúster de Empresas Pesqueras en Países Terceros (CEPPT). El presidente de este organismo internacional (agrupa a 220 empresas que operan en 30 países), Marcial Varela, afirma además que son "la herramienta más eficaz para la cooperación y el desarrollo".
"Los enfrentamientos laborales son muy duros en Namibia. Se ve alguna pistola"
Galicia, con un 80% de las empresas, ocupa un lugar preferente dentro del Clúster, que suma un total de 550 buques. En los años 60 (con los caladeros nacionales casi agotados) los armadores españoles empezaron a invertir en países subdesarrollados con buenas pesquerías que explotaban bajo bandera de esos estados. Generaron empleo e infraestructuras y dieron lugar a las llamadas sociedades mixtas. Hoy cuentan con más de 12.700 trabajadores directos en tierra -hay factorías en África o América de más de 1.000 personas- y otros tantos en el mar, de los que unos 7.500 son no comunitarios. En las áreas subdesarrolladas se calcula que de un solo salario viven más de 10 individuos por lo que los armadores sostienen que están fijando una población de unas 400.000 personas, sólo en Senegal, donde tienen 700 tripulantes.
Sin embargo, la falta de flota cualificada tanto en España como en esos países terceros ha impulsado la puesta en marcha de un bolsa de contratación y formación en origen que se activará en Perú y Ecuador en el mes de septiembre. Marcial Varela y la Junta de Andalucía (socia del Clúster) son los principales promotores de la iniciativa que presenta una inversión de 900.000 euros y está dirigida a un millar de pescadores con títulos en palangre, cerco y arrastre. Una operación que se realizará "con todo tipo de controles y dando la oportunidad de una migración controlada y legal". El salario -"aunque tal vez se nos tache de paternalistas", se previenen- se repartirá en tres partes: "Un tercio del sueldo anual se lo lleva el marinero, otro tercio se le entrega a la familia y el resto se le da al trabajador cuando regrese a su casa. Así nos aseguramos de que vuelve". Dice Ignacio Parajuá, gerente del Clúster, que no es la primera vez que tras pasar un par de noches en tierra los marineros llegan al barco llorando porque se lo han gastado todo.
"Con toda la problemática que hay en torno a la emigración, nuestras inversiones ayudan a que no tengan esos deseos de subirse al cayuco o, al menos, que sean los últimos en tomar esa decisión", explica Vieira. Parte de esa contribución al desarrollo se plasma también en una labor social que algunas empresas realizan por iniciativa propia. En Perú y Mauritania se han creado cooperativas que promueven "un ahorro forzado": retienen una parte del salario a nombre del pescador y eso le garantiza el acceso a un crédito del doble de esa cantidad.
Varela destaca el caso de Salica Ecuador, de capital vasco, como ejemplo "de creación de riqueza" en una de las zonas más pobres del país, en Posorja, a un kilómetro del núcleo poblacional. "Levantaron una urbanización para empleados, igual que hizo Calvo en El Salvador o Pescanova en Namibia y ahora las casas y negocios llegan a la puerta de la factoría. Hay que verlo". Y añade que "la mayor parte de las plantas tienen guarderías, viviendas para los empleados, incluso hay economatos y se fomentan el deporte y las escuelas. Vamos a ganar dinero, no somos monjas, pero la mayoría nos comprometemos", reconoce Ignacio Parajuá. Hay zonas más complicadas donde también han conseguido mantenerse. "En El Salvador, Calvo ha contratado a miembros de bandas latinas de la zona que ahora se encargan de la seguridad de las factorías", agrega el gerente del Clúster.
Otra lucha sindical
La experiencia de Eduardo Vieira le dice que hay poblaciones más estables y que "llevan un poco los colores de la empresa", como es el caso de la senegalesa, mientras que otras como la namibia "son mucho más conflictivas y trabajan más despacio". "Allí, los enfrentamientos laborales resultan muy duros, se ve alguna pistola y secuestran a la gente porque de repente quieren un incremento de salario del 30%", relata. Los sueldos de las factorías, afirman, "en casi el 100% de las empresas son 3 o 4 veces los que se pagan allí y para los tripulantes es prácticamente el europeo". Las sociedades mixtas "no reciben ni un euro de ayuda de los grandes presupuestos europeos" a pesar de que su actividad supone el 10% de las importaciones pesqueras de la UE.
"Somos como cazadores en un coto privado"
Desde el Clúster de Empresas Pesqueras en Países Terceros (CEPPT), los armadores se comparan con "cazadores de un coto privado". "Somos los primeros interesados en preservar el futuro del recurso", proclaman para desmentir los sambenitos que arrastran por medio mundo.
Los armadores realizan fuertes inversiones que no amortizarán antes de 10 años. Por eso, insisten en que "conservar la pesquería" es una necesidad para ellos mismos. Ignacio Parajuá, gerente del Clúster, no duda en atacar a las agrupaciones ecologistas: "Están pagadas por intereses particulares y gubernamentales y hacen un flaco favor al desarrollo sostenible tal y como lo entiende la FAO. Ellos llegan allí con sus todoterrenos, reparten cuatro sacos y se van. Nosotros llevamos 20 años creando empleo y riqueza". Ignacio Parajuá destaca que en Marruecos, por ejemplo, han sido los armadores españoles los que han pedido los paros biológicos.
Los tripulantes españoles enrolados en esos países tienen otros propblemas. La vida a bordo se presenta cada vez más dura, especialmente en países como Namibia. "Desde que alcanzaron la independencia, los armadores tienen que aguantar lo que les echen para evitar problemas y nosotros, en el barco, también tenemos que consentirles todo" ante el poder alcanzado por los nuevos sindicatos, afirma un marinero. Oficiales retirados y otros que aún siguen en activo se reúnen de vez en cuando y coinciden cuando comentan: "Allí los negros éramos nosotros", dice un antiguo jefe de máquinas vigués, "por 20 negros hay 4 blancos que son los que de verdad faenan, y cada vez habrá menos".
Otro tema es la inseguridad que se palpa en tierra y dentro de las embarcaciones. "El otro día a un compañero le sacaron una navaja mientras echaba gasolina", comentan. "Antes podías salir y había un respeto y una tranquilidad que ya no hay", si bien es cierto que en países como Senegal todo resulta bastante más fácil dentro y fuera del barco. De lo que no hay duda entre los tripulantes es que en Namibia, donde la industria es fundamentalmente de capital extranjero, los nativos tienen la sartén por el mango y "están apretando" a los armadores.
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