El Ejército despliega blindados en Pisco
Los vecinos levantan barreras de piedras contra los ladrones y exigen al Gobierno el restablecimiento de la electricidad
Vehículos blindados de la Infantería de Marina peruana equipados con ametralladoras comenzaron a desplegarse ayer por el centro de la ciudad de Pisco, la más afectada por el fuerte terremoto del pasado miércoles en la costa de Perú. Es la respuesta del Estado a la situación de alarma creada por las constantes denuncias de los vecinos ante la inseguridad que se vive en toda la zona afectada por el sismo cuando cae el sol. Todavía no hay electricidad y las luces de las hogueras que los afectados encienden para tratar de calentarse en las frías noches no sirven para iluminar una ciudad que, debido ahora a los trabajos de desescombro, permanece desde hace seis días envuelta en una pesada nube de polvo de adobe.
"No tenemos luz en el perímetro de la fábrica y de noche se escuchan tiros a lo lejos. Nosotros hemos tenido que hacer también algunos disparos de intimidación", explica el jefe de seguridad de la fábrica de conservas Condesa, situada junto al barrio de los pescadores y que ahora ha detenido su producción. "Por lo general bastan unos cuantos disparos y se alejan de las tapias", explica.
Por la ciudad son visibles patrullas compuestas por seis soldados, equipados con material antidisturbios, bajo el mando de un suboficial. Cuando llega la oscuridad cambian los escudos y las porras por armamento ligero. Los camiones cisterna que reparten agua potable van custodiados por parejas de soldados que en la mayoría de los casos se muestran incapaces de organizar el enorme tumulto que se forma cuando el vehículo se detiene en las zonas anunciadas para repartir su carga.
Los soldados son muy jóvenes y en algunos casos denotan un escaso entrenamiento. Se han producido algunos disparos accidentales porque portan sus subfusiles automáticos con el dedo apoyado en el gatillo, ajenos a las recriminaciones de los vecinos que les piden que no lo hagan. Pese a este despliegue militar, los disparos pueden escucharse en diversas zonas de la ciudad a la caída del sol.
Mientras la luz mortecina que flota durante toda la jornada por efecto del polvo acumulado se va apagando, las calles comienzan a quedarse desiertas. Muchas de ellas han sido bloqueadas por los propios vecinos con restos de tapias para evitar que puedan ser atravesadas por vehículos. Es una medida de protección que por ahora resulta efectiva. "Así evitamos que los choros
entren con los autos y se vayan al toque", relata Juan Rubiños, mientras organiza a sus hijos adolescentes para que unos vayan a buscar agua mientras otros se quedan vigilando lo que queda de sus casas. "No podemos movernos de aquí en todo el día", explica Betty Pérez, mientras señala una tela sujeta con cuatro palos que se ha convertido en su hogar desde hace una semana. Tres sillones, un par de sillas viejas y una mesa es todo lo que le queda después del terremoto. Ella y su marido, que superan los 60 años, se sienten desorientados y sólo quieren saber cuándo va a llegar la luz eléctrica. El Ministerio del Interior peruano asegura que ha desplegado en la zona a 1.000 policías y 1.200 militares, de los cuales 400 son infantes de Marina, para reforzar la seguridad en toda la zona afectada por el terremoto. Pero ésa es una cantidad claramente insuficiente para una extensísima zona de territorio peruano donde viven cerca de medio millón de personas diseminadas en multitud de pequeñas poblaciones, a muchas de las cuales solamente ayer comenzaba a llegar la ayuda. Es precisamente en estas zonas donde la situación de seguridad es más complicada. La necesidad y la falta de noticias hacen que los rumores se disparen y extiendan rápidamente. La noticia del paso de un camión cargado de ayuda en una zona remota (y a veces no tan remota, sino dejada de lado camino de Pisco) provocan que decenas de personas se congreguen en las cunetas a la espera de que pare. Si el vehículo finalmente no se detiene puede pasar que los vecinos fuercen al siguiente a hacerlo y vacíen su carga. "Nosotros todos llevamos cohetes
", reconoce un conductor en las cercanías de Chincha. Para tomar un camino vecinal ha decidido esperar a otros para avanzar en convoy. No se trata de evitar el asalto, sino de repartir las posibilidades de sufrirlo.
Otras veces los robos se producen en escenas casi surrealistas. En la noche del lunes (madrugada de ayer en España), mientras el conductor de un camión de huevos trataba de ayudar a un colega que había quedado atrapado en un bache, un grupo de muchachos vaciaban la carga por el lado contrario. Toda una fila de coches presenció la operación que no duró más de cinco minutos, pero nadie avisó al camionero solidario.
Aunque durante los primeros días se acusó de todo acto delictivo a los más de 400 presos fugados del penal de Tambo de Mora, las autoridades tienen conciencia de que es la necesidad la que está provocando la mayor parte de los robos y episodios de tensión. "Es fundamental que vuelva la electricidad", reconoce un bombero peruano con los ojos enrojecidos por el sueño y el polvo. Pisco se disponía a pasar ayer su séptima noche sin luz.
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