Las otras víctimas están en España
Los familiares de los afectados en Madrid viven colgados del teléfono
"Última hora. Una nueva réplica de 5.5 grados sacude Perú". Antonio mira al techo y suspira. "De nuevo el temblor se ha sentido en Pisco", sigue informando la radio. "¡Otra vez allí! Madre mía", dice sin dar crédito mientras se lleva las manos a la cara. Parece que ha recibido una punzada en el corazón. Y es que hablan de su ciudad. Él y sus paisanos Manuel, Ángel y Julio llevan toda la tarde colgados de Internet en la pequeña sala de estar de su también compatriota Javier, en Madrid, la sede de la Asociación de Amigos de Pisco. Son algunos de los 2.000 peruanos que viven en la región originarios de las zonas afectadas, una mínima parte de la extensa colonia (45.000) que habita en Madrid. Sus familiares viven en Pisco. La emisora Radio Programas del Perú no para de sonar.
"Todo lo que ahorramos y trabajamos se ha esfumado. Se cayó la casa"
"En Pisco la gente duerme en la calle. Temen que las casas se les caigan encima"
Manuel, de 35 años, perdió a su madre en el terremoto. La Iglesia de San Clemente cayó sobre ella. No sabe si va a poder darle un último beso, porque no dispone del dinero suficiente para pagarse el vuelo. El sueldo de camarero no da para mucho más que para sobrevivir. Sabe que su padre y sus dos hermanas están bien porque pudo hablar con ellos por móvil.
Antonio no tuvo tanta suerte, y no pudo respirar tranquilo hasta el jueves. Sus padres le confirmaron entonces que su hijo, de 13 años, y de su primera mujer, seguía vivo. "Tardamos en saberlo porque no quiso dejar a su madre y a su abuela solas", relata con orgullo. Pero la tragedia también le ha tocado: sus sobrinas han fallecido, aplastadas por los escombros de San Clemente. "Yo pude hablar con mi familia a los cinco minutos del terremoto".
Antonio tiene los ojos muy irritados. "Llevo dos días sin dormir", confiesa. "Me han contado que la gente duerme en la calle. Temen que se les caigan las casas encima. Mi abuela, con 91 años, me ha dicho que allí andan entre cadáveres y eso que los temblores son frecuentes".
Ángel irrumpe en el saloncito. Se sienta, se levanta, se va, vuelve. "No puedo hablar con mi padre. No atienden el teléfono". Reclaman a la Embajada de Perú que agilicen los trámites para mandar ayudas a su país. "No paramos de recibir llamadas, pero no tenemos donde decirles que manden sus contribuciones".
"Eran sólo llantos", explica Margarita, de lo poco que pudo hablar con sus hijos. "Casi no hablan, simplemente lloran". Margarita, quien trabaja en la cocina de un pequeño restaurante, llegó a Madrid hace seis años dejando a sus hijos en Chincha Alta, una de las tres regiones más afectadas, al cuidado de abuelos. "Quiero ir ya a ver a mis hijos", dice entre lágrimas. "Pero me dicen que no vaya, que eso es muy duro. Y no tengo el dinero".
Ella y su esposo fueron a Chincha en diciembre, y llevaron todos sus ahorros para ayudar a reformar la casa de sus padres, ahora destruida por el terremoto. "Todo lo que ahorramos y todo lo que trabajamos se ha esfumado". En otra casa no muy lejos murió su sobrina de 12 años. La están velando en la calle, cuenta Margarita, porque "no tienen donde más".
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