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Columna
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El espíritu de Jericó

Nadie pensaba en noviembre de 1977, cuando el entonces presidente egipcio Anuar el Sadat realizó su histórico viaje a Jerusalén, que la paz firmada entre Egipto e Israel se consolidaría. Los dos países se habían enfrentado militarmente en cuatro ocasiones -1948, 1956 (Suez), 1967 y 1973- desde la partición de Palestina, y el pesimismo en torno al futuro del tratado de paz reinaba por doquier. Han pasado 30 años y Egipto e Israel siguen no sólo en paz, sino colaborando en la solución del conflicto palestino-israelí. ¿Serán capaces Mahmud Abbas y Ehud Olmert de desplegar la misma audacia mostrada entonces por Sadat y Menahem Begin y encauzar el eterno conflicto entre Israel y Palestina hacia una solución final? En todos los temas relativos al Próximo y Medio Oriente, hacer predicciones es más peligroso que jugar a la ruleta rusa, donde siempre queda la esperanza de que el detonador caiga en una recámara vacía. En Oriente Medio, mover el peón equivocado puede dar al traste con cualquier atisbo de esperanza creado por los acontecimientos.

Los ejemplos abundan y sobra su enumeración. Pero, irónicamente, el caos en la región, creado por el desastre iraquí, podría contribuir a acelerar la solución del conflicto palestino. Como recordaba Mark Helprin en el New York Times, no sería la primera vez que "una guerra fallida ha servido para descongelar procesos históricos".

Escribía con razón el miércoles mi compañero, y gran especialista en el tema, Miguel A. Bastenier, comentando la reunión en Jericó del pasado lunes entre Abbas y Olmert, que "se trata de un caso grave de déjà vu" en la historia de las tentativas de paz emprendidas desde los acuerdos de Oslo de 1993. Y lo es. Pero ahora existen circunstancias que no se daban en el proceso, hoy enterrado, que se inició en Oslo. En primer lugar, y por primera vez, los palestinos están divididos en dos facciones aparentemente irreconciliables. Las dos pretenden el mismo fin: el establecimiento de un Estado palestino. Pero difieren en los métodos para conseguirlo. Al Fatah, encabezada por Abbas, es partidaria del entendimiento con Israel, mientras que la otra, encarnada por Hamás, sigue empeñada en la negación de Israel y la continuación de la lucha armada. En segundo lugar, los gobiernos de los países árabes suníes, con la excepción de Siria, alarmados por los planes nucleares y la creciente interferencia de Irán en la zona, han cerrado filas y han presentado un nuevo plan de paz a Israel, que los israelíes han prometido estudiar en serio. Y, por último, George Bush, acuciado por su fracaso en Irak, parece dispuesto a apoyar con hechos su promesa de hace cuatro años de promover su visión de un Estado palestino viable.

Con este planteamiento, Hamás lo tiene difícil para ofrecer lo único que interesa a los palestinos, sean de Gaza o de Cisjordania: una mejora en sus condiciones de vida. Asfixiados económicamente por el cierre de las fronteras con Egipto e Israel, que ha estrangulado el comercio, y por la negativa estadounidense y europea a facilitar ayuda económica al Gobierno de Ismail Haniya, salvo para fines humanitarios, el apoyo inicial a Hamás de los habitantes de la franja comienza a evaporarse. Una encuesta reciente de la organización demoscópica Near East Consulting mostraba que el apoyo de los habitantes de Gaza a Abbas y Al Fatah doblaba al de Haniya y Hamás. Y un dato significativo, revelado por The Economist: sólo unos escasos centenares de los 17.000 policías de la franja se presenta al trabajo en Gaza. El resto se queda en sus casas, siguiendo las órdenes de la Autoridad Palestina.

Esta tendencia tenderá a acentuarse a medida que Cisjordania se normalice y Gaza empeore. Los gestos adoptados por Olmert, como la descongelación de fondos aduaneros palestinos y la liberación de presos, están produciendo, por ahora, el reforzamiento de Abbas a costa del debilitamiento de Hamás. Jericó fue la primera ciudad devuelta al control palestino tras los acuerdos de Oslo. Por eso ha sido significativa la visita de Olmert, la primera de un primer ministro israelí a territorio palestino desde que Barak se entrevistara con Arafat en Ramala hace siete años. Por eso y por un entorno internacional completamente nuevo.

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