La infección que no fue
Bien está lo que bien acaba, aunque haya sido tan trágica toda la historia. Las cinco enfermeras búlgaras y el médico palestino que habían sido repetidamente condenados a muerte en Libia, acusados de contagiar el sida a más de 400 niños, de los que 56 han muerto, han visto conmutada la pena por la de cadena perpetua por el más alto tribunal del país. Se espera que, según el convenio de extradición entre Libia y Bulgaria, las enfermeras sean trasladadas a este último país, y que al médico se le deporte también, al tiempo que se olvida sentencia tan arbitraria como poco conforme a derecho.
Las enfermeras y el facultativo están en prisión desde 1999, y aunque, inicialmente, se declararon culpables de todo lo habido y por haber, en el juicio y apelaciones siguientes aseguraron que sólo lo habían hecho bajo tortura. El científico francés, Luc Montagnier, que aisló el virus del sida, viajó en 2003 a Libia, y determinó que la infección se produjo por la pésima higiene del hospital Al Fateh de Bengazi, así como que era probable que la epidemia se hubiera declarado antes de la llegada de las enfermeras al país.
La UE y Estados Unidos, junto al Gobierno búlgaro, habían presionado a Libia para que liberara a las enfermeras, y a nadie se le oculta que la aplicación de la pena capital habría hecho imposible la cooperación económica con Trípoli, apenas replanteada después de que el líder libio Muammar el Gaddafi abandonara todo programa de producción de armas de destrucción masiva.
Otro factor que ha aliviado la protesta de los deudos de los afectados ha sido la indemnización de un millón de dólares abonada por el Estado libio a cada familia de los afectados. Los duelos con pan son menos, aunque no dejen por ello de ser duelos.
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